A PLENO PULMÓN

Vividuras  del habla

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El humanista Antonio de Nebrija nació en 1441, en Lebrija, un municipio de Sevilla.  En el año 2008 Lebrija tenía 26,000 habitantes.  Imagine el lector cuántos vecinos pudo tener ese poblado en el siglo quince.  Hoy se considera a Sevilla la ciudad capital de  toda Andalucía, esto es, Almería, Cádiz, Córdoba, Granada, Málaga.  Los andaluces son una comunidad “histórica y humanal”, como habría dicho don Claudio Sánchez Albornoz, gran historiador de la España medieval.  Una suerte de “nacionalidad” hispano-árabe.  Cuando Nebrija redactó su gramática castellana fue objeto de burlas por parte de Juan de Valdés, el célebre erasmista español, autor de “Diálogo de la lengua”.

 Juan de Valdés escribió que un tal Lebrija o Nebrija, un andaluz, había “presentado” una gramática de la lengua castellana.  Le parecía el colmo del atrevimiento que un andaluz pretendiera enseñar a hablar y a escribir a la gente de Castilla. Los andaluces de hoy hablan, con todo derecho y propiedad, el idioma castellano, que ahora llamamos español.  La “vividura” propia del habla de los castellanos es como “el cuento de nunca acabar”.  Logró “arropar” a moros y judíos y  extenderse por “las nuevas tierras” de América.

 Cuando Nebrija “presentó” su gramática a Isabel La Católica, la reina preguntó “para qué podía aprovechar tal libro”.   Su confesor, el obispo de Ávila, fray Hernando de Talavera, contestó: “Después que vuestra Alteza meta debajo de su yugo muchos pueblos bárbaros y naciones de peregrinas lenguas, y con el vencimiento aquellos tengan la necesidad de recibir las leyes que el vencedor pone al vencido, y con ellas nuestra lengua, entonces por esta arte gramatical podrán venir en el conocimiento de ella, como agora nosotros deprendemos del arte de la lengua latina para deprender del latín”.

 Fray Hernando de Talavera vio claramente que el imperio romano no fundó su poder solamente en la fuerza de las armas y la efectividad de sus técnicas de construcción.  Dicho dominio  -político y cultural-  incluía el instrumento con el que hablamos, sentimos y pensamos. Empezaba en el interior de nuestras cabezas. La lengua castellana penetró en los hispano-musulmanes; con el descubrimiento de América esta lengua neolatina inició  una “segunda romanización”.  En las Antillas “deprendemos” de ella hace cinco siglos.

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