A PLENO PULMÓN
Vivir en alerta roja

A PLENO PULMÓN<BR>Vivir en alerta roja

Me han contado la historia de un activista político del MedioOriente  que no podía dormir en su comodísimo dormitorio.  Tenía miedo de que le lanzaran una bomba por la ventana.  Se vio obligado a instalar todas las noches un camastro a un lado de la puerta de la sala, protegido por una pared.  Tras la puerta hacía rodar un mamparo de hierro. Esperaba que las balas que pudieran disparar sobre la puerta no lo mataran mientras dormía.  Él y su amante hacían el amor con chalecos protectores de los que usa la policía; y siempre debajo del camastro, por si acaso.

 Donde hay guerras religiosas, étnicas, políticas, que duren muchos años, la gente  se acostumbra a vivir en permanente estado de alerta.  Cuando la ferocidad y el odio se adueñan de las sociedades, los individuos no logran dormir tranquilos en sus camas. Algunas veces, sin que existan “nacionalismos exaltados”, ni “pasiones ideológicas en acción”, se llega a situaciones de “sobresalto perpetuo”.  La inseguridad de los ciudadanos en grandes poblaciones, por efecto de la criminalidad y la delincuencia sin contención, les lleva directamente a las manías persecutorias.  Finalmente, todos nos volvemos paranoides.  En cualquier momento puede ocurrir una balacera, un asalto, un crimen por encargo.

Las “noticias internacionales” están constituidas por violencia: en Egipto, en Siria, Yemen, Libia, Israel, Afganistán, Irak, Turquía y otros muchos lugares.  Las noticias que vienen de México son, principalmente, matanzas.  Las luchas entre narcotraficantes determinan o condicionan la vida de los habitantes de varias ciudades mexicanas.  Se habla incluso de pactar una tregua entre delincuentes y autoridades gubernamentales.

 Las “noticias locales” son igualmente violentas.  Asesinos a sueldo pueden matar a plena luz del día, en calles concurridas, a un comerciante, a un abogado, un político, un periodista, un militar.   Hemos visto caer acribillados a traficantes de drogas, prostitutas, celestinas.  Aun dentro de un presidio es posible matar a un convicto.  Da lo mismo un raso que un coronel, un policía o un oficial de la Marina.  La muerte de Rolando Florián, los casos de Paya y de Figueroa Agosto, ilustran sobradamente este cuadro de incertidumbre social.  Muchas personas dejan luces encendidas en marquesinas y patios.  No son paranoicos sino previsores.

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