A PLENO PULMÓN
Vivir sin reglas

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Lo más “gratificante” para un dominicano es sentirse “por encima de la ley”.  Tener consciencia de vivir bajo “un régimen de excepción” nos llena de orgullo. “No pise la grama”, es una advertencia escrita, frecuente en los parques públicos.    –¡Pues yo puedo pisar la grama; y nadie se atreverá a decirme nada!  Estacionar el carro donde a uno le venga en gana es prueba de nuestra importancia social.  Hacer lo que hace todo el mundo “no tiene gracia”.  Lo bueno es “salirse del montón”.

Hacer cola en un banco para cambiar un cheque es una situación “denigrante”, lo mismo para un funcionario del gobierno que para un ejecutivo de empresa privada.  La exigencia de presentar la cédula de identificación personal es para muchos una “dolorosa vejación”.  –¡Usted no sabe quién soy yo! –Pues no lo conozco, señor; identifíquese; es un requisito para entrar en este edificio. Así le dirían “a cualquiera” en Nueva York o Chicago, en un ambiente normal de “organización democrática”.  Una queja continua en labios dominicanos es: “no me trataron bien; para entrar al club pedían en la puerta el carnet”.

Este hábito de “saltar” sobre todas las normas y reglamentos, como es de esperar, produce desorden, insatisfacción, disgustos.  Es también un modo eficiente de fomentar arbitrariedades, abusos, privilegios.  –¡El poder es para ejercerlo! –Yo arreglo lo mío “por arriba”.  –¿Quién va a hacer las cosas “por el librito”?.  Frases así se escuchan a diario en bares, oficinas, centros comerciales.  No tenemos “librito”; nos gusta vivir sin Biblia, sin código civil, sin “reglas de juego”.  La actual discusión acerca de la reforma del “librito” constitucional –magno libro legal–  tiene el tono de una comedia.

Ver un dominicano “en autoridad”, alardeando de su poder e impunidad, es un espectáculo digno de ser estudiado por “profesionales de la conducta”  –Yo lo cojo preso, lo mato, y después no me pasa nada.  Amenazas de este tipo pueden oírse por la radio durante una entrevista con un legislador, un candidato, un funcionario. Con malversaciones de fondos, desfalcos descarados, ventas fraudulentas, podríamos confeccionar una larga lista.  Pero más sorprendente aún es que un ex–funcionario diga desafiante: “sí, yo me robé el tractor; vengan a buscarlo”.

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