Hace una semana recibí la agradable llamada telefónica de un amigo de la infancia. Estaba encantado con la lectura del artículo Ruidos del otro mundo. Él recordaba perfectamente la travesura de meter huevos friendo en las transmisiones de radio, precisamente, a la hora pico de la novela Tamakún, el vengador errante. Todavía ese amigo conserva el transformador de voltaje que sirvió para operar el vibrador causante de aquel escándalo radial de vecindario. Se trata de una bobería sentimental que quizás sólo tenga importancia para los que participaron en la operación ruidosa, entre ellos mi amigo y yo.
Sin embargo, es posible que otros jóvenes, de épocas más recientes, se miren en ese espejo primitivo que refleja a los viejos y sonrían compasivamente; tal vez recuerden travesuras semejantes realizadas con procedimientos avanzados o actuales. Una vez abierta la ventana de recuerdos de la primera juventud, sacan la cabeza viejas historias casi aplastadas por el tiempo. En una ocasión construimos un cohete follón destinado a producir gas tusígeno, una emanación azufrada que provocaba tos. Primero había que destripar cinco o seis cohetes chinos para extraer la pólvora y las mechas.
Después se preparaba un nuevo atado con la pólvora, que no estuviera demasiado apretado; así se evitaba que explotara como un petardo normal y conseguíamos la afollonación de la carga; luego, sobre ese atado se enrollaban tiras de celuloide, dentro de las cuales colocábamos trozos de azufre en flor. Los pedazos de celuloide se obtenían en oficinas de representantes de películas, como Itálica Films, o pidiéndolos a los operadores de salas de cine. Este material, muy inflamable, ardía al prender la mecha de la carga floja e incendiaba las piedras de azufre, de las que se desprendía el gas que hacía toser.
Los artefactos se colocaban en los parques, donde habitualmente se reunían jóvenes en torno de los bancos; también en los zaguanes de los edificios de varios pisos. No eran ruidosos, pues no explotaban. Pero la combustión lenta del celuloide actuaba sobre el azufre y en poco tiempo la gente respiraba frente a un volcán en miniatura. La tos y el mal olor, paradójicamente, eran causados por trozos de películas de Gina Lollobrigida y Silvana Mangano.