A propósito

A propósito

POR MU-KIEN ADRIANA SANG
Si nos cruzamos de brazos seremos cómplices de un sistema que ha legitimado la muerte silenciosa. Los hombres necesitan que nuestra voz se sume a sus reclamos. Detesto la resignación que pregonan los conformistas, ya que no es suyo al sacrificio, ni el de su familia. Con pavor he pensado en la posibilidad de que, como esas virulentas enfermedades de los siglos pasados, la impunidad y la corrupción de los siglos pasados, la impunidad y la corrupción lleguen a instalarse en la sociedad como parte de una realidad a la que nos debamos acostumbrar.

¿Cómo hemos llegado a esta degeneración de los valores en la vida social? Cuando fuimos niños aprendimos el comportamiento viendo a los hombres que simplemente cumplían con el deber -una expresión hoy en desuso- esperando recibir una recompensa digna por su trabajo, pero que nunca hubieran aceptado ningún soborno. Eran personas con dignidad: no se hubieran metido en el bolsillo lo que no les correspondiera, ni hubieran aceptado sobornos ni bajezas semejantes. Quienes se quedan con los sueldos de los maestros, quienes roban a las mutuales o se ponen en el bolsillo el dinero de las licitaciones no pueden ser saludados. No debemos ser asesores de la corrupción. No se puede llevar a la televisión a sujetos que han contribuido a la miseria de sus semejantes y tratarlos como señores delante de los niños. ¡Esta es la gran obscenidad!… ¿Cuántos escándalos hemos presenciado y todo sigue igual y nadie -con dinero- va preso? La gente sabe que miente, pero parece una ola de tal magnitud que no se la puede impedir. Esto hace sentir impotente a la gente y finalmente produce violencia. ¿Hasta dónde vamos a llegar?  Ernesto Sabato, La resistencia.

Me preguntaron por qué desde hace varios meses dediqué mis reflexiones en los Encuentros Semanales a temas de la cotidianidad, dejando a un lado la política. Me preguntaron por qué no había hablado acerca de las elecciones del 16 de mayo. Me preguntaron también si esa ausencia buscada era un signo de abstención electoral.

A todos les contesté que estaba hastiada de la vida política nacional. A quien me preguntó le dije que me deprimía el espectáculo desagradable que se presentaba ante mis ojos. ¿Cómo es posible que después de 10 años de la hazaña electoral de 1996, donde la sociedad entera se dispuso a defender la democracia después del trauma de 1994, vivamos de nuevo las mismas angustias? Que si la Junta Central Electoral es creíble. Que si la Junta tiene los comicios organizados o no. Que se firma un pacto que luego desconocen. Que por razones de intereses personales, más que políticas, se golpean, se hirieron con armas de fuego, se insultaron, y lo peor, se mataron entre sí. Más que programas, nos presentaron caras sonrientes ayudadas por la magia digital, que trataban de vender un producto que no era verdadero. En una oportunidad me encontré con una amiga política y candidata. Me dijo con tristeza: “Mu-Kien, lamentablemente las circunscripciones electorales lo que han hecho es fortalecer a los pequeños caciques y ha fortalecido la corrupción y la compra del voto. Ganará el que más dinero reparta.” Me dijeron que estaban comprando cédulas. ¿Hasta cuándo seguiremos con esa práctica que tiene éxito por la pobreza y la miseria de las grandes mayorías?

Después de escuchar el panorama, me ensimismé y me hice muchas preguntas.

Mis convicciones se tambaleaban. Yo defendí, y creo que defiendo todavía, la participación ciudadana en el proceso electoral. Defendí y hasta trabajé activamente en campañas, el voto consciente. Defendí, y ya no sé si lo defiendo, la necesidad de tener partidos políticos fuertes, las organizaciones llamadas a ascender al poder. Defendí, y todavía defiendo la participación de la mujer en los procesos políticos. Pero, al ver el proceso, en que los partidos ni siquiera cumplieron con la ley que establece la cuota; al ver que las mujeres solo fueron colocadas para llenar huecos en posiciones secundarias, me pregunto ¿vale la pena? Defendí, incluso en contra de amigos queridos las circunscripciones electorales. Pero al ver lo que ha deparado me pregunto si la lucha valió la pena. El arrastre de antes eran los senadores o las muy escasas senadoras arrastraban a los diputados y algunas pocas diputadas. Ahora es al contrario. Los diputados o diputadas arrastran a los senadores o senadoras. Más aún, en las circunscripciones electorales la necesidad de ganar el voto hace que los candidatos y candidatas del mismo partido se peleen entre sí. ¿No sería mejor cuatro boletas? Dos para las congresionales y dos para las municipales. ¿No es más plural?

A través de los espacios donde me muevo, incentivé el voto, abogué por hacer uso del pequeño espacio de soberanía que nuestra condición de ciudadanía nos concede. Sin embargo, en este proceso no motivé al voto. ¿Para qué? Escuché a mucha gente decir que no valía la pena votar. No tenía argumentos para rebatir. Dudé también si votaría. ¿Debía votar? ¿Debía votar a sabiendas de lo que podía pasar?

En la mañana del 16 de mayo tenía la duda si votaba o no votaba. Al medio día decidí hacerlo. Sin entusiasmo alguno me dirigí a mi colegio electoral.

Mientras caminaba para entrar, me encontré en la acera un grupo de políticos discutiendo. Por suerte, la sangre no llegó al río ni al contén.

No tuve que hacer fila. Voté en un dos por tres. La abstención se veía, pues en ninguno de los colegios había aglomeración. Saludé a alguien que me dijo: “Aquí cumpliendo con mi deber ciudadano, a sabiendas que ellos no van a cumplir con su deber de funcionarios”.

Las elecciones se celebraron sin mayores tropiezos, a Dios gracias. Al momento de escribir esto, algunos de los perdedores reconocieron su derrota.

Los que ganan siempre celebran, los que pierden siempre justifican. En medio de todo, me canto y me lloro, en medio de las dificultades, a pesar de todo, triunfó la democracia.

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