Los Bancos Centrales de las grandes economías desarrolladas, de cuya experiencia y leyes se redactó el texto de la actual Ley Monetaria y Financiera, tienen como objetivo fundamental el combate a la inflación por ser la principal devoradora del salario real de los trabajadores, ahuyentadora de la inversión productiva y estimuladora de la especulativa. Hacia el logro de ese objetivo se dirigen todos los esfuerzos de esas autoridades monetarias, por ese motivo han vencido a la inflación durante las últimas dos décadas.
Tanto es así, que cuando al final de los años setenta y principio de los años ochenta del siglo pasado, la economía norteamericana experimentó un proceso de estancamiento económico con elevados niveles de inflación, su Banco Central, la Reserva Federal, no le tembló el pulso para elevar su tasa de interés por encima del 10% durante cuatro años, llegando a promediar 16.38% en el año 1981 y la de los prestamos de la banca privada 18.87 %. Durante ese período el déficit del Gobierno Norteamericano se multiplicó por 6 y cuando este comenzó a reducirse y a estabilizarse, también lo hicieron la inflación y las tasas de interés. De la Reserva Federal haber escogido como política mantener bajas las tasas de interés para acomodar el gasto privado esperando una respuesta del Gobierno y de la OPEP, la inflación hubiese sido mayor y de más larga duración, la recuperación económica más lenta y tardía y la confianza en sus autoridades monetarias se hubiese perdido. Su decisión fue congruente con su objetivo, derrotar a la inflación con la reducción del gasto y el aumento del ahorro financiero, antes que alentar a la producción en el corto plazo o proteger la cartera de los bancos.
Todos lamentaron la partida del Gobernador Paul Volcker, menos el Gobierno, negándose a permanecer en sus funciones al termino de su período, por las presiones que estaban ejerciendo el Secretario del Tesoro y el Jefe de Personal de la Casa Blanca sobre las decisiones de la Reserva Federal, con el fin de que mantuviera bajas las tasas de interés acomodando el gasto privado para que el Gobierno obtuviera ganancias políticas, debilitando de esta manera la independencia y autonomía de esa institución. Inclusive Volcker nunca informó de tales presiones al Comité Bancario del Senado, como prometió hacerlo al momento de ser confirmado como Gobernador. Fue sustituido hace 17 años por el actual Gobernador Alan Greenspan, quien aplicó una política pendular en sus dos primeros años al debilitarse el balance fiscal y ha mantenido la misma política monetaria de Volker, utilizar como instrumento monetario la tasa de interés para contraer el gasto privado y desalentar cualquiera señal inflacionaria, porque sabe de sobras que el gasto público la Reserva Federal no lo puede controlar y ha permanecido tanto tiempo en esa posición porque en los países desarrollados se valora el recurso humano y como especialista monetario, se ha hecho respetar por todos los gobiernos de turnos que el ha visto pasar.
Solo en momentos de la posibilidad de riesgo de una crisis sistémica de su Sistema Financiero que pusiere en peligro la permanencia de su Sistema de Pagos, han priorizado las autoridades de la Reserva Federal este objetivo por encima del de la inflación, cuando por ejemplo actuaron rápidamente inyectando miles de millones de dólares en liquidez a su Sistema Financiero y reduciendo las tasas de interés que cobran a sus intermediarios financieros tanto en la crisis de las bolsas de valores del año 1987, como en el momento de pánico colectivo que se vivió en los Estados Unidos de América cuando los ataques terroristas del 11 de Septiembre.
En un artículo del Wall Street Journal del pasado 5 de Febrero que aparece bajo la firma del periodista Greg Ip se hace una comparación sobre las políticas aplicadas por Greenspan y Robert Rubin, Secretario del Tesoro durante el Gobierno de Clinton, señalando que pese a las diferencias en sus ideologías, ambos adoptaron la misma estrategia frente a las dificultades. Greenspan la llama «gestión de riesgo» y Rubin «toma de decisiones probabilísticas». Rubin refiriéndose a esta estrategia escribe en su biografía «Los rescates de México, Tailandia, Corea del Sur, Rusia y Brasil tenían muchos riesgos, pero el haberse quedado de brazos cruzados hubiera tenido consecuencias más nefastas». Y esto a propósito del rescate de los depositantes.
En nuestro país las grandes crisis inflacionarias y de Balanza de Pagos se han producido cuando nuestras autoridades monetarias han olvidado el objetivo fundamental de todo Banco Central, mantener bajo control a la inflación, al aplicar objetivos contradictorios de corte desarrollista al conceder créditos al gobierno o mantener en expansión el gasto privado alentando bajas tasas de interés, con el objetivo de no perjudicar las actividades productivas en momentos en que se ha desbordado el gasto público. La espera a que el gobierno responda y elimine su desbalance fiscal cuando ya comienzan a reflejarse en el mercado los desequilibrios a través de pérdidas de reservas, devaluación progresiva de la moneda y aumento de la inflación es más perjudicial a la sostenibilidad del crecimiento económico, al desarrollo de las actividades productivas que se quisieron proteger y a la confianza de los agentes económicos, que actuar con anticipación y prudencia restringiendo el crédito bancario a través del aumento de las tasas de interés, siendo este el único instrumento disponible con que cuentan las autoridades monetarias para influir en la reducción del gasto global. De esta forma, será el sector privado que al ser perjudicado por el aumento de sus costos financieros, presionará al gobierno a través de la disminución de sus actividades productivas, para que elimine su desbalance y genere excedentes que reduzcan de nuevo las tasas de interés.
Las autoridades monetarias deben ser independientes y autónomas y actuar con la debida responsabilidad en el logro de su objetivo de estabilizador del valor de la moneda, ejecutando políticas que desalienten el gasto privado cuando el gasto público este desbordado, aunque se afecte el crecimiento económico en el corto plazo y esto incomode al gobierno de turno, al sector privado de turno y a las entidades financieras de turno. Señalaba en una ocasión un exitoso exgobernador del Banco Central del Japón, que los gobernadores no estaban en sus posiciones para ser simpáticos o agradar a alguien. Y yo le agregaría, ni para pecar de ingenuos.
A lo largo de tantos años, pocas veces las autoridades fiscales han respondido afirmativamente a los pedidos de las autoridades monetarias para coordinar ambas políticas. Al contrario, cuando el gobierno se ha trazado como su objetivo la expansión del gasto público, las autoridades gubernamentales evalúan sus acciones en función de políticas desarrollistas y de ganancias políticas y les incomoda cuando las autoridades monetarias, vistas con recelos por no tener compromisos partidistas y como seres egoístas desconocedores de la pobreza por estar empotrados y teorizando en un edificio de mármol de Carrara de 12 pisos, aconsejan aplicar políticas de ajuste del gasto fiscal. Solamente aceptan a regañadientes esa coordinación, cuando la situación económica ha llegado a tales niveles de crisis que pone en peligro la estabilidad social y la permanencia del poder político y ya para ese entonces se habrá perdido la confianza de los agentes económicos y de la comunidad financiera internacional en las ejecutorias tanto de las autoridades fiscales como de las monetarias.
Las autoridades monetarias nunca han podido ni pueden ni podrán controlar el desbalance fiscal, a menos que el Ejecutivo este consciente desde el inicio de su gestión que el mejor camino para lograr un buen gobierno es el mantenimiento de la estabilidad macroeconómica y tenga voluntad política para desoír las lisonjas y voces que lo alienten a emprender políticas populistas que desborden el gasto público poniendo en peligro el mantenimiento de esa estabilidad.
El afamado escritor chileno Jorge Edwards, en una magistral novela que se desarrolla a través del conversatorio en una noche entre un grupo de amigos y un narrador inmaterial, va contando el proceso político de Chile y la progresiva degradación de los valores éticos y morales de su sociedad en un período histórico que va desde finales del Siglo XIX hasta el Gobierno de Pinochet. Uno de los pintorescos personajes que brota de la mente de los contertulios de esa noche es el de un afrancesado chileno, don Marcos Echazarreta, Marques de Puchuncaví, que hizo escribir en su lápida antes de morir, como forma de expresar su rechazo a la inversión de valores de la sociedad que encontró al regresar de su larga estadía en el viejo mundo, el siguiente epitafio; «Fue malo, pero no tanto como los buenos».