A propósito de Fernando Savater

A propósito de Fernando Savater

P. JESÚS FERNÁNDEZ, SDB
Asistí a la conferencia de Fernando Savater el día 1 de Mayo en la Sala de la Cultura del Teatro Nacional de Santo Domingo. Percibí la tesis expuesta sobre la gran distancia, que va en aumento, entre la humanidad “pura” y las concomitancias con que se representa y con que la vivimos en este siglo. Con insistencia acentuó el predominio de las diferencias sobre las semejanzas, la primacía real entre lo que somos individualmente frente a la condición común en que estamos y participamos todos.

De ahí surge el deber de ir dando prevalencia a lo que nos une e ir dejando el lastre del pasado que nos impide ser humanos. Aprecio lo antropológico, lo psicológico, lo sociológico y fenomenológico de la cuestión, en lo cual es maestro F. Savater. Echo de menos la presencia de otros enfoques, aludidos apenas como anécdotas, donde debiera aparecer demostrada y no meramente mostrada la realidad de lo humano, frente a la profusión de situaciones variantes. Pues, si lo verdaderamente humano queda englobado en sus variantes, pierde su sentido fuerte de valor. En dos ocasiones valoró lo común: en el estoicismo romano y en el cristianismo primitivo. Frecuentemente citó la multiplicidad religiosa.

Para un conocimiento más amplio del pensamiento del autor me permito hacer un cotejo con otra conferencia titulada “lo que no creo”, pronunciada en un congreso de teólogos y publicada en el libro Humanismo impenitente, Barcelona, Anagrama 1990, pp 194-205.

Me sirve de orientación la forma con que comienza. “Suele repetirse el disparatado lema de que “todas las opiniones son respetables”, en lugar de asumir con cordura que lo respetable son las personas, pero que muchas opiniones son erróneas o detestables y el único respeto que merecen es ser señaladas contundentemente como tales” (p 195). Voy a desarrollar el tema con sus propias palabras.

Abiertamente dice: “se me considera representante de una especie en extinción: el ateo practicante” (p.195)… “Por lo tanto aquí me tienen, un auténtico ateo a su servicio, a la orilla opuesta no menos de la teología de la liberación que del Opus… (196)”.

Pero sigamos con alguna matización: “Lo que no creo” quiere decir: aquello cuya verdad -y no solamente cuya verisimilitud-rechazo” (197) …Ahora bien, un ateo no tiene por qué carecer de sensibilidad religiosa ni receptividad ante lo sagrado” (198).

Por más que choque esta conjunción ateo religioso, ahí está precisamente la forma de razonar de F. Savater donde hacen causa común la metafísica, la filosofía de la religión y la práctica religiosa. Noto de antemano que nunca nombra a Dios en las doce páginas de su conferencia. ¿Qué es para Savater lo sagrado? Copio sus palabras:

“Llamo sagrado a esta presencia de lo inmanejable que subyace y se superpone a toda realidad instrumentalizable, a ese ámbito separado y resguardado en que se inscribe y tiembla cuanto ordenadamente manejamos a lo que nos ha originado, a lo que nos acoge y a lo que nos destruye. Pero, sobre todo, a lo que por esencia nos ignora sin que nosotros podamos ignorarlo, a lo que no nos concede importancia y por eso mismo tiene importancia para nosotros. Esa relación asimétrica es la raíz misma de lo sagrado y de la actitud religiosa, no una característica más”. (198-199).

“Cualquier finalidad humana es ajena a ese Otro infinito, que nos sobrecoge tanto por su carencia de límites como por su rechazo esencial a todo finalismo. Por eso mismo la religión verdadera es trágica… La tragedia es el reconocimiento definitivo de la distancia sagrada y la renuncia consciente a cualquier subterfugio para obviarla. Tales subterfugios, tomados en su conjunto, merecen el nombre de superstición”. (199-200)… “Si se prefiere una clave aún más sencilla, llamo superstición a cualquier complacencia en la confusión entre lo personal (el hombre, JH) y lo impersonal (lo Otro, JH)… Este es el tipo de superstición teísta, frente al que soy religiosa y estrictamente ateo”. (200).

Dejo otros detalles. Ante esta toma de posición, no deben extrañar las múltiples consecuencias.

Primera de las cuales es la absoluta y radical autonomía del hombre, remachada en todos los órdenes, incluidos el moral y el religioso. Con amplia repercusión suena la negación de toda mediación: “En líneas generales la figura del intermediario en cuestión religiosa es de una ridiculez casi obscena” (203). Y refiriéndose a las iglesias afirma categóricamente: “Las iglesias son instituciones de orden político pero entre todas las instituciones políticas existentes son las que obtienen su legitimación de una heteronomía asumida de forma más descarada”. (203).

Concluye su exposición con estas palabras: “Si alguien se atreve a decir, con las hermosas palabras del poeta Juan-Eduardo Cirlot: “no me interesa esa otra vida, puesto que en ella también hay suplicios y verdugos”, ya ha dado el paso decisivo hacia su curación del morbo eclesiástico. Hoy la propia tibieza escéptica de la época dificulta formulaciones con tajantes, que sin embargo siguen siendo condición previa de todo pensar no sometido. A favorecerlas quieren haber contribuido estas palabras. Muchas gracias”.

He preferido citar sus palabras para no pecar de juicios o enfoques subjetivos. Reconozco que ha quedado reducido el desarrollo del tema. Ahora enfoco el modo de abordar el contenido de ambas conferencias.

Dije antes que en la conferencia del primero de mayo no se metió en lo esencial del hombre, propio de la antropología filosófica y prefirió sobrevolar componiendo un bello himno a la variedad imperante y dejando en la oscuridad lo humano.

Ahora, con mucha más razón, a propósito de su ateísmo religioso o ateísmo no supersticioso, advierto que no entra en el tema de Dios, propio de la metafísica clásica: donde se llega a afirmar la existencia y naturaleza de un Ser trascendente, personal, dotado de inteligencia y voluntad en grado supremo. Igualmente advierto que resbala en filosofía de la religión donde se estudia, describe y favorece la relación del hombre, finito, creado, persona abierta a lo trascendente con un Dios personal.

Para ver que todo eso es antagónico a la religión cristiana basta cotejarlo con las palabras del evangelio de Juan 3,18: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que tenga vida eterna y no perezca ninguno de los que creen en él”, es decir, un Dios amor y un hombre pecador unidos en Cristo Jesús.

Invito al oidor y al lector de Savater a que tome conciencia de este controversial pensador, ciertamente “respetable en su persona”, pero de erróneas y detestables opiniones. Lamento leer en las páginas citadas un remedo del trasnochado anticlericalismo español, presente, por ejemplo, en Eugenio María de Hostos y en otros tenidos por maestros en República Dominicana.

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