A propósito de la muralla del ’37

A propósito de la muralla del ’37

He dado seguimiento al interesante debate público que se ha desarrollado en Areíto a propósito de la Muralla del ‘37 con variados y sustanciados argumentos sostenidos por el Lic. Bernardo Vega, el Lic. Edwin Espinal. Me llamó la atención la opinión, entre otras muy interesantes,  del arquitecto George Latour Heinsen,  aparecida  en su edición del 19 de febrero p.p. la cual se apoya parcialmente en la doctrina positivista de Alois Riegl.

No soy muy dado a comentar ni enjuiciar el producto del esfuerzo intelectual de mis colegas pero dado que el tema lleva el camino de convertirse en un asunto paradigmático trataré de exponer mi parecer sobre el asunto. 

Quizás se sepa que, al igual que el arquitecto Latour Heinsen, soy el producto de la tradición italiana de conservación y restauro de monumentos, siendo mi caso matizado por  la escuela romana que precede la revolución académica que se verificó en Europa allá por el año 1968.  Nuestro pequeño medio y mi voluntad de permanecer en el país han limitado el ejercicio de tal  afición y relativo entrenamiento, manteniendo, sin embargo mi interés continuado en estos menesteres.

Refiriéndome a los comentarios del preciado colega, no sabría como catalogar adecuadamente la Muralla que nos ocupa, si objeto histórico, si producto coyuntural de los afanes  de maquillaje urbano de aquella época, buenos o malos, eso no importa, o si resultado de un mediático propósito de intervenir en el Centro Histórico y la relativa zona portuense con un acto que marcase y perpetuase la voluntad megalómana y omnímoda de entonces, de modo que se me hace igualmente difícil encuadrarla en la clasificación de modalidades de intencional, histórica o artística que se ha delineado según los criterios del Hiegl, pero algo me queda muy claro: esa estructura no está dotada de ningún atributo artístico, no es testimonio de algún evento histórico de valor, no es un objeto urbano de utilidad  funcional como no sea la de impedir la penetración de los ciudadanos a ese hermoso micro mundo natural que ofensivamente cubre el concreto ni, finalmente, para no seguir desmontando su discutible valor emocional,  con otros enfoques que aparecerían como denostadores por lo prolijo y reiterativo.

Quedé cautivado, desde los inquietos años de la universidad, por la profundidad de las elaboraciones filosóficas de la corriente de pensamiento encarnada por Benedetto Croce, en su neo hegelismo napolitano, siendo este un liberal visceral y uno de los fautores de lo que ha sido el idealismo conservador.

Siendo un profundo admirador de la elocuencia del contenido de todos sus escritos, soy muy dado a citarlo, quizás con demasiado frecuencia, por lo didáctico que pueden ser y por ello me permito transcribir  un parrafito del capítulo VI, numeral 9 de su libro » Il Concetto della Storia» que se lee así (la traducción libre es mía):

…”así mismo se comporta la humanidad de frente a su grande y variado pasado. Goethe notó una vez que escribir la historia es una manera de quitarse el pasado de las espaldas.  El pensamiento histórico lo confina a su materia, lo transfigura en su objeto, mientras la historiografía nos libera de la historia”.  Más adelante señala que …”solo un extraño ofuscamiento de las ideas puede impedir que reflote la tarea catártica que la historiografía cumple, a la par de la poesía, siendo aquella la que nos desvincula de la servidumbre de la pasión, de los hechos y del pasado;  solo un más extraño deslumbramiento de la inteligencia hace llamar carcelero a aquel que desbarata la puerta de la prisión en la cual estaríamos de otro modo cerrados…»; finalmente sentencia que ….”Las edades consuetudinarias, lentas y pesadas, prefieren las fábulas y los romances en vez de las historias o reducen la historia misma  a fábulas y romances”

Concluyo que, según mi modesto criterio, no importan los argumentos estrictamente legales, no importa el eventual y discutible valor didascálico que tendría esa mole de concreto y respetando el venerable entorno en que se insertó el mismo, su permanencia no tiene ningún anclaje en la manera de apreciar los hitos del pasado desde el punto de vista historiográfico, sobre todo cuando esta estructura sustrajo un elemento urbano tan valioso para ese Centro Histórico y la zona portuense.

Intervenir parcialmente en su modificación, dejando tramos sin tocar o solo abriendo algunos tramos me parecería igualmente un acto deshonesto o de timidez profesional de nuestra parte,  la parte de los que estamos entrenados en estas cuestiones y somos responsables coyunturales de ello. Quizás podría pensarse en dejar un zócalo a manera de murito de contención como ha sugerido el arquitecto Manuel Salvador Gautier en otro medio, impidiendo de paso con ello los usuales intentos de invasión con actividades comerciales precarias e indeseables.

La destrucción en Roma de la Spina di Borgo en tiempo de Mussolini para dar paso a la Via della Cociliazione, como introducción de gran perspectiva  a la plaza de San Pedro, por parte de Marcello Picentini y Spaccarelli así como la introducción de la Via del Impero (hoy Via dei Fori Imperiali) son otras cosas, muy discutibles por cierto.

 Bernini ni Carlo Maderno nunca pensaron en tales distancias de perspectiva al concebir su columnata y su fachada, muy por el contrario, el propósito escénico del barroco sugería el efecto de fantástica sorpresa al  entrar a esos espacios  que resultaron de las nuevas teorías urbanas, casi ilusionistas, consecuencias del Concilio de Trento, y, mucho menos, los diferentes emperadores nunca pensaron en cometer el atropello arqueológico que significó el lamentable resultado de los trabajos de Mussolini y sus arquitectos en los foros que sepultaron para siempre lo que allí se había sedimentado desde hacía dos milenios. 

Disentir no es signo de pugnacidad ni deseo de entrar a discusiones ríspidas o estériles. Tengo en muy alto valor el trabajo de mis colegas y todo aquel que se sienta en capacidad y competencia para opinar sobre este asunto lo cual no es óbice para que se conozca mi modesto parecer sobre el asunto.

 

Me permito anexarle una foto que me fue facilitada por la oficina del Lic. Bernardo Vega que resume, observándolo rápidamente,  en un solo vistazo, el avasallador efecto de ocultamiento y de  aplastamiento que tal incomprensible mole contiene. Si el espacio lo permite puede que su elocuencia vaya más allá de mis palabras.

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