A propósito de Semana Santa

A propósito de Semana Santa

Cuando niño, los días de Semana Santa no se nos permitían  juegos que implicaran forcejeos, bulla o correría. Obligatorio estarse quietos. Para un niño era como estar de castigo, sólo que en Semana Santa era porque algo grave sucedía. Cosa difícil para un niño entender, eso de que hay que estar como si se estuviese de castigo por algo malo que del que él no es culpable.

Luego explicaban que Jesucristo había muerto, y en eso estábamos iguales los niños y muchos adultos, que creían de verdad que Cristo pasaba en calvario, tumba y Seol, desde el jueves hasta el sábado a las diez de la mañana.  Aparentemente, la tradición encontraba más fácil decir que Cristo moría y resucitaba cada año, que explicar que se trataba de una forma de recordar y celebrar en silencio y recogimiento, esa hazaña gloriosa pero dolorosa de Jesús, nuestro Salvador. Era una piadosa mentira que, a diferencia de la de los Reyes Magos, imponía recluimiento, impedía jugar, pero no traía juguetes.

Aún y todo, quedaba de esos días santos una noción de reverencia y solemnidad que nos sobrecogía, la intuición de que había en algún lugar algo lleno de misterio y de gravedad, superior a los conceptos normales y las experiencias del diario existir.

Corriendo los años nos fuimos “liberando” de esas tradiciones, la Iglesia fue cambiando  algunas normas de la celebración, incluyendo en el período de luto el sábado completo, en vez de declarar regocijo a las diez de la mañana, cuando el muchachería salía a linchar a judas, persiguiendo un muñeco con su efigie. Pero creció luego la incredulidad y la rebeldía del mundo, y el orgullo de la juventud emergente de ser hombres y mujeres “liberados”.  

Muchos, en cambio, conservamos  y reivindicamos aquel sentimiento aprendido de nuestros adultos, de que algo terrible sucedió, y que aún continuaba sucediendo en torno a Jesús, y con lo cual nosotros teníamos que ver; que algo estábamos obligados a hacer, aunque fuese estar en reflexión o en una quietud reverente. Sensaciones y emociones que no he querido jamás que se me olviden. Por ello, año tras año lo celebramos en casa con nuestros hijos, entre momentos de oración, de buena lectura, y disfrutando de esos grandes filmes que se han realizado acerca de la vida de Jesús y de muchos hombres y mujeres santos. Sin que falte bacalao, arenque, pescado y habichuelas con dulce, compartiendo como se hacía antes, con los vecinos, especialmente con los más pobres.

Estoy absolutamente seguro de que algo grave pero a la vez grandioso continuará ocurriendo, no importa qué tanta bulla hagan los discolights, las patanas o el jolgorio del tigueraje inconsciente. El sólo hecho de vivir tiene un componente trágico, particularmente en nuestro país. A todos nos espera el Seol.

Sólo que a los que creemos que Él resucitó, que está vivo, antes, durante y después del este asueto… el Seol se quedará esperándonos, porque Jesús es la fuente de Vida Eterna.

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