Hará algo más de un año, el Senador por la provincia Valverde, Dr. Manuel Güichardo, presidente de la Comisión de Deportes de ese hemiciclo, tuvo a bien invitarnos a una vista pública en torno al proyecto de ley sometido por el congresista Adriano Sánchez Roa, que propone ponerle al Estadio Quisqueya el nombre de Juan Marichal.
Los méritos de Manico, como le conocimos por Yompy Jiménez, cuando militaban en el equipo de la Aviación, están fuera de discusión. Admirado y querido ha sido por su sobresaliente carrera beisbolista, como lanzador estelarísimo, el primero y único dominicano consagrado como Inmortal en el Salón de la Fama de Cooperstown. Pero ese no es el caso.
El nombre de Quisqueya, sí: La tierra de mis amores, madre protectora que nos brinda su luz a todos por igual, será siempre superior a las hazañas de cualquiera de sus hijos. Su patronímico aparece en la primera estrofa de nuestro Himno Nacional, con un llamado vibrante que no debemos olvidar.
Es la proclama escogida, única voz que pudo, ajusticiado Trujillo, amortajar el cadáver de la dictadura, desterrando el ultraje de su nombre para iluminar la conciencia del pueblo quisqueyano y redimir su historia. Así lo comprendieron el Presidente y demás integrantes de la Comisión de Deportes del Senado, senadora Ivonne Chaín, de El Seibo, senador Antonio Acosta, de Santiago Rodríguez, el representante, creo, de Puerto Plata; y de manera inteligente y prudente, lo reconoció el Ing. Roberto Weill, invitado, Presidente del Salón de la Fama del Béisbol Latino, prefiriendo no emitir opinión alguna por considerar que se trataba de un asunto de carácter nacional. Y de eso se trata. No tuviera importancia el cambio de nombre sino fuera de tanta importancia.
¿Qué se ganaría, que no sea vanagloria, con quitarle su nombre emblemático al Estadio Quisqueya para erradicarle o agregarle un apellido que no necesita? El Estadio seguirá siendo Quisqueya, como el bautizado José Francisco Peña Gómez, hijo benemérito de la Patria, sigue siendo Aeropuerto Las Américas. Para honrar a don Juan Marichal, no se necesita sustituir o desplazar el nombre de Quisqueya.
Basta bautizar un nuevo estadio moderno, o colocar una hermosa estatua con su pierna izquierda levantada apuntando al cielo, similar a la del ATAT (Candelstick Park, de San Francisco, o la que luce el Parque Central de La Romana, junto con otros inmortales del Béisbol Latino. Bien luciría, junto a la suya, en el Quisqueya, la de Osvaldo Virgil, primer dominicano que abrió el camino de las Grandes Ligas; o la del inmenso Felipe Rojas Alou, grande entre los grandes, símbolo de la integridad nacional.
Tema preciso, lo creí cerrado. Pero renace. Porque ese es el estilo que se nos quiere imponer y se nos impone. Un día aparecerá la flamante Isla Artificial, en el traspatio de nuestro Malecón; o una nueva carga impositiva, la explotación de Loma Miranda o, como fue ya, la ratificación del archivo definitivo de la querella del Dr. Guillermo Moreno contra el ex Presidente Fernández, la Funglode y otros presuntos implicados. Porque ese es el estilo.
No importan las notas gloriosas del Himno Nacional.