POR CARLOS FRANCISCO ELÍAS
Entonces de qué lluvia hablamos, de qué sombras cariñosas hablamos, de qué conversaciones hablamos, de mares hablamos, esos vistos a distancias, mientras el verbo entusiasmado designaba la historia, su justo lugar de acción, el estremecimiento. Que nunca tanta sangre inocente, arrebatada en la ilusión de mañanas no vistas, tuvo como cuna tanto verbo conmovido y locuaz.
Lo narraron todo, como si de nuevo hablar de los aviones enemigos, era mirar su vuelo asesino e inteligente, su carga aérea de ira y destrucción.
Nos contaron a España en guerra, con el dramatismo de quien al narrar, sus pupilas estaban tomadas por la acción que narraban, quizás era todo un trance, una vuelta a los sentimientos heridos por tanta barbarie, que anunciaba un fascismo inminente en el que España era solo un eslabón de ensayo, sangre de experimento, territorio quemado, tierra revuelta repleta de brumas y en medio de ella: todas las pupilas del asombro de niños corriendo, salvando juquetes que los aviones nunca pudieron arrancarle el alma, porque los juguetes en esos momentos, también tienen alma.
Las conversaciones eran larga, el mar tenía hacia el horizonte, todo el tiempo para esperar, apenas caía aquella bufanda tropical, oro de sol en la tarde, amarillenta sobre el reflejo de un mar incrédulo, dormilón entre mareas concentradas en la misión de recordar la hora, de imponer el tiempo.
¿Quién ha hablado de lluvias persistentes, como si fueran películas de nuestras propias vidas?…
¿Quién además ha dicho que el dolor de esa España del éxodo, del poeta de los cuentos ( León Felipe ), se conformaría solo con el llanto al cabo del tiempo, lustros y décadas de espera para encontrar las viejas fosas comunes, para buscar los rostros perdidos?…
El que renuncia a limpiar de la memoria los restos turbios del dolor, ni ama sus muertos, ni quiere su propia vida.
Fue una lluvia persistente, hermosa, caía en hileras grises al fondo del mar, todas nuestras miradas hacia esa dirección se dirigían, mientras las conversaciones se prolongaban sin cesar y cada dibujo con los labios nos referían a uno u otro personaje, que definía lo fiero del combatiente español, buscando un símil en lo fiero que fuera, salvando las distancias, la batalla del puente en la guerra de abril del 1965.
Demasiado narraciones para corazones jóvenes, bisoños, díscolos entre amores furtivos y utopías narradas en el discurrir de las tardes y los días finales de semana, a cada tiempo nuevo una nueva narración, El Ebro, Brunete, Brigadas Internacionales, el Anarquismo, los Italianos que huían mientras los carros blindados se les iban de las manos, camisas negras en arenas de tauromaquia, la sangre hervía, como savia de vida apurada.
Llegaba a nosotros el relato, porque éramos varios los tertuliantes en trajes de baño y risueños, poniendo el interés denonado, porque a decir verdad, era o el relato o la mar: serena de grandes ojos aqua, con su eterna canción de nácar y encajes bordados en yodo penetrante, así escuchábamos las historias sobre aquel universo de desafío y humanidad, corazones de los mapas desbordados, alzados de todos los países, el barco clandestino que sale de Argentina hacia España, el famoso barco de Pablo Neruda, chatarra digna que al llamado acudía, cansada pero navegando con sueños de esperanzas.
Digo hoy que era demasiado, digo hoy que nos falta aquella humanidad y desprendimiento, para llegar a un lugar, saber que la causa era justa y dormir el sueño de la muerte en cama ajena, en tierra ajena, que en el correr repentino de la sangre por la tierra, haces tuya para siempre.
Digo hoy que recuerdo esos relatos, digo hoy que los escuché y nunca pude olvidarlo, porque en cada voz ( Emilio Cordero Michel, José Aníbal Sánchez, Félix Servio Ducoudray, Hugo Tolentino ) entre otros, el dramatismo y las huellas dejadas en sus voces llamaba poderosamente la atención.
Vorágine persistente, como la lluvia del cine que señalo, la memoria como la sangre, llama y lo hace con latidos de lucidez irrebatible.
Esas son las razones de cariño y memoria, que me hicieron pensar en la posibilidad de recordar estos 70 años de la Guerra Civil Española, con este despliegue que de haber tenido la Cinemateca Dominicana más recursos para hacerlo, hubiera sido mucho mejor que lo que se percibe desde fuera, muchísimo mejor…
Entonces, siento que son razones de memoria que como un largo río difuso nos enreda, entonces con persistencia aquella lluvia amenaza y un palacio de celuloide y estrellas, de cariño infatigable circunda a toda aquella memoria, que no cesa de arroparnos, justo ahora: que la Guerra Civil Española, dulce sangre arrobada al recuerdo, cumple sus 70 años.