A propósito del Pacto por la Educación

A propósito del Pacto por la Educación

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En la página 12 A del periódico Hoy, en su edición correspondiente al 22 de septiembre recién pasado, aparecen unas declaraciones atribuidas al economista Miguel Collado Di Franco, del Centro Regional de Estrategias Económicas Sostenibles, advirtiendo  que a pesar del incremento del gasto público en educación, sus efectos aún no se han dejado sentir. Pero,  ¿Qué esperaba el destacado economista? ¿Qué en cuestión de meses se iban a resolver los problemas que han afectado por décadas a nuestro sistema  de instrucción pública?

La educación es vista hoy no sólo como un mecanismo de formación ciudadana, también, como un medio para desarrollar la capacidad productiva y social del individuo. La educación contribuye a convertir a los ciudadanos  (plural masculino que engloba la totalidad) en personas  aptas para vivir y aportar a la sociedad, y en  individuos capaces de ajustarse  a las nuevas demandas de un mundo globalizado. Quizás,  por ello, muchos sociólogos y economistas se muestran tan interesados en los temas de educación, hasta llegar a considerarla como un capítulo más de sus respectivas especialidades.

La pedagogía es una ciencia diferente a la economía, aunque muchos insisten en tratarla como si en realidad lo fuera.  Cuando nuestro signo monetario se debilita, para resolver el problema, basta con una disposición del gobernador de Banco Central poniendo a circular más dólares en el mercado de divisas; pero, en materia de educación, los actores que intervienen no se comportan así. Para llegar a disponer de un sistema de instrucción pública de calidad, al cual todos  tengan acceso, se necesitan recursos económicos, propósitos y disciplina. No hay caminos fáciles que lleven a buen puerto una reforma de la educación. Todo es cuestión de sacrificarse por un futuro mejor.

El aumento de las partidas presupuestarias destinadas a educación permitirá (después de la solución de problemas generados por la no correspondencia  entre esos aumento y las formas de gestión de los Ministerios a su cargo) mejorar la infraestructura; dotar al Ministerio de Educación y a los planteles escolares  de más y mejor mobiliario, equipos, materiales; adquirir y poner en uso tecnologías de última generación. También, extender y elevar la calidad de los servicios.

Durante las últimas dos décadas del pasado siglo 20, el nivel promedio del gasto público en educación  entre los países de la América española era de un 4.7 del PBI. Mientras que el promedio anual  del gasto público en educación de la República Dominicana  apenas sobrepasaba el 2.0% del PBI. Por años, el Sistema Dominicano de Instrucción Pública ha sido el peor financiado de la América española. Por ello, los niveles de calidad de los servicios de educación que aquí se prestan es algo que no debiera sorprender a los entendidos.

A pesar de los pesares, en materia de educación, no estamos tan mal como muchos se satisfacen en pregonar. 

Somos de opinión de que el hecho cierto de que ocupemos los últimos lugares en las evaluaciones internacionales no está siendo interpretado de manera correcta. Se está pasando por alto el factor que más afecta la calidad del servicio educativo de cada país: el gasto por alumno. Vamos a ilustrar con un ejemplo: la inversión por alumno de escuela pública aquí es de alrededor de 200 dólares al año, en tanto que la inversión que se hacen los padres de familias cuyos hijos estudian en colegios privados de altos estándares de alrededor de 7 mil dólares al año. Nos les podemos pedir a los maestros de escuelas públicas que sus alumnos alcancen los mismos niveles de conocimiento que los estudiantes de colegios privados de altos estándares.

Nos preguntamos: ¿Qué país de la América española ha logrado en materia de educación, lo que nosotros hemos logrado en los últimos años  con una inversión tan baja como la de 200 dólares anuales por alumno?     

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