A punto de «chavismo»

A punto de «chavismo»

Aunque muchos ni lo piensan, yo creo que estamos «a punto del chavismo». Dicho en otras palabras, estamos más cerca que nunca de tener un gobierno «fuerte», «despolitizado» y libre de lúmpenes que buscan el enriquecimiento … ¡a como dé lugar!.
A lo que me refiero, monda y lirondamente, es que el claro deterioro de nuestros partidos políticos tradicionales es de tal magnitud, que en cualquier momento, de seguir las cosas como van, podría cualquier coronel «casarse con la gloria».
Y Chávez es el ejemplo que tengo más cerca. Después de un fallido golpe de Estado, ganó unas elecciones presidenciales. Y, ¿saben por qué? Porque el pueblo venezolano le perdió el respeto a los partidos políticos, a los políticos en general, a los mismos que ahora quieren volver «a la papa» mediante un referéndum que, de perderlo Chávez, sería un funesto paso de retroceso para el hermano país sudamericano, quinto productor de petróleo del mundo.
Aquí, en la República Dominicana, estamos ante un panorama parecido al de Venezuela de hace cinco años. El Partido Revolucionario Dominicano (PRD) acaba de ser derrotado en unas elecciones presidenciales históricas. Además, ha «parido» la mayor «camada» de depredadores del erario que ha tenido este país. Y, encima de todo eso y de haber llevado a la Presidencia de la República a un hombre totalmente atípico (por todos los conceptos) como Hipólito Mejía, ese partido se encuentra hoy al borde mismo de la disolución por haber echado a un lado lo mejor y quedarse con lo peor, históricamente hablando.
En lo concerniente al Partido Reformista Social Cristiano (PRSC), muerto su líder de siempre, Joaquín Balaguer, quedó sin nadie que pudiera sucederlo. Y hoy está también muy cerca de su desaparición. Claro que Balaguer no preparó a un sucesor y quizás llegó a pensar en alguna ocasión que después de él «que entre el mar». Y es lo que está pasando.
Y nos queda el Partido de la Liberación Dominicana (PLD). Leonel Fernández tomará las riendas de un caballo enfermo y, además, desbocado. Como escribí en mi anterior artículo (Más de lo mismo), yo veo ante Fernández y su partido un panorama asaz desolador. Y una sola y enorme víctima: el pueblo dominicano.
Pero, ¿podrá soportar este pueblo más precariedades, más hambre, y más de todo lo malo que nos dejará el increíble y detestable gobierno de Hipólito Mejía? Imposible, sencillamente imposible.
Y ese puede ser el momento en que las cosas cambien de rumbo. Así pasó en el 1930, cuando Rafael Trujillo se hizo del poder en un país que ya contaba con 456 revoluciones en apenas 65 años de independencia. Trujillo impuso el orden, «su orden» y se acabaron los alzamientos de «generales rurales y urbanos». También se acabó la libertad política del país, pero para muchos eso resultó bueno… menos para los políticos de los primeros 30 años de tiranía.
El PLD tiene ante sí un reto tremendo. Tiene que poner en orden el desorden más grande que este país haya sufrido en toda su historia. Tiene que recuperar todo lo que ha sido robado, escamoteado, desde dinero contante y sonante, hasta tierras, mansiones y bienes de toda índole. Digo, si es que quiere que las arcas del Estado puedan hacerle frente a las urgentísimas necesidades que le esperan al próximo gobierno. De lo contrario, el PLD será el tercer partido en entrar «en picada».
Y entonces habrá llegado el momento de decidir qué camino seguiremos. Y creo que podríamos seguir a cualquiera que «no mate y que robe menos», pero que nos devuelva la paz, interior y exterior, que hemos perdido.
El PLD tiene la oportunidad de ser un nuevo PRI (el de México), si nos saca, en el tiempo más breve posible, del «hoyo» en que nos metió Hipólito Mejía y su PPH, pero que fue apoyado por el millón y doscientos mil votos que logró el Presidente derrotado procedentes del PRD.
O sea, si Dios no mete su mano, estamos llegando al final de la preponderancia de la que han gozado algunos partidos políticos en los últimos 40 años. Y luego solo nos queda esperar. Esperar, solo esperar. Y pedirle a Dios que tenga piedad de este pueblo y le dé «buen ojo» para elegir o para aceptar a quien pudiera salvar su soberanía política y económica. Es todo lo que yo espero pero, «aquí entre nos», siento que la esperanza me abandona.

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