¿A quién?

¿A quién?

El Presidente Joaquín Balaguer elogiaba la belleza de una casa en Jarabacoa, el jardín, la disposición de los techos inclinados y a su  pregunta:

-¿De quién es ese palacio?

Le respondió presto uno de sus asistentes:

-De un amigo suyo.

-¿Amigo mío?

Y el asistente le informó el nombre. El veterano político comentó:

-¡Cuánto ahorra ese muchacho, porque con ese sueldo que gana..!

Luego de los postres, el Presidente Ulises (Lilìs) Heureaux tocó sus labios con la fina servilleta de hilo y comentó mientras miraba la magnificencia, de cubiertos, platos, copas:

-Compadre, la próxima vez que se robe la gallina, esconda las plumas.

El anecdotario criollo está lleno de relatos que indican una grave constante pocas veces interrumpida: nuestros gobernantes se hacen de la vista gorda, o miran hacia el otro lado, ante denuncias de corrupción.

Esas denuncias de corrupción vienen convoyadas  con la más simple e incuestionable prueba: el súbito bienestar del funcionario y de los familiares de su entorno.

Pienso que el problema es general aunque la culpa no sea de todos.

Hay dos ejemplos recientes de gobernantes que sí le pusieron atención al problema de la corrupción como se debe: el primero fue Juan Bosch, quien sometió a la justicia a un funcionario cercano a él acusado de corrupción; el segundo fue Hipólito Mejía, quien facilitó que actuaran los mecanismos legales ante denuncias contra uno de sus funcionarios. Siempre cito al filósofo de Lambarene, en África,  el doctor Albert Schweitzer, quien dijo que hay tres fórmulas fundamentales para criar un niño: la primera es, con ejemplo, la segunda es, con ejemplo y la tercera es con ejemplo.

Así debe ser conducida una sociedad.

La simple comparación entre el cercano ayer de precariedades, de carencias sin límites con la súbita bonanza de hoy, adquirida luego de ocupar una posición pública, es una prueba de actuaciones ilegales e indecorosas que deben llevar a dos destinos: los tribunales y el rechazo de la sociedad.

Pero he aquí que se quiere hacer pasar como buena la moneda de mala ley, fabricada al amparo de la oscuridad y de la impunidad más putrefacta.

Llama la atención que sea ahora cuando el Presidente Leonel Fernández se da cuenta de la inversión de valores y diga que hay que rescatar la moral y todo lo que implica.    

Luego de esa perla suelta esta otra: la corrupción no es tan grave como la pintan.

¿A quién quiere engañar el Presidente Fernández con posturas verbales contrarias a su práctica y como líder de un equipo de gobierno que antes que digan ¡zape! deja el pelerío?

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