¿A quién agradecer?

¿A quién agradecer?

Difundir la vida de Hugo Mendoza es una responsabilidad de sus discípulos principalmente, porque ellos representan su gran obra. Ahora, al evocar sus cualidades humanas, su sensibilidad, su compromiso… nosotros los familiares podemos contribuir con nuestros recuerdos.

Y es sorprendente entender cómo vivió Hugo Mendoza en el siglo XX y el principio del siglo XXI.  En base a su talento conoció el mundo entero (llego hasta Tanzania), estudió y trabajó fuera del país, recibiendo apoyo de las principales instituciones internacionales de Salud. Recibía revistas hasta de Rusia… En su país fue objeto de todos los reconocimientos que hasta la fecha se han creado.

Recuerdo, inclusive, cuando el doctor  Charles Dunlop fue a consultarle sobre a quién  nombrarían como  secretario de Salud, cualquiera pensaría que era una buena oportunidad para él aceptar el reto, sin embargo, sabiamente recomendó al doctor  Estepan.

Lo más importante en el recuerdo de Hugo Mendoza es el cariño y amor que dejó impregnados para siempre en el corazón de todos sus pacientes, incluyendo los más importantes para él: los niños del Hospital Robert Reid Cabral.

Resaltar sus detalles personales, es una forma gráfica de predicar los verdaderos valores de la vida, los que se nos escapan a cada momento, inclusive, a nosotros.

Hijo único, criado por su abuela y su tía, con mucho amor, superó los inconvenientes de no pertenecer a una familia nuclear. Su tío Francisco lo quiso mucho y desde temprano lo motivó a trabajar en su farmacia de La Vega, de donde quizás comenzaron a surgir las raíces de su vocación.

Estudió en un colegio público de La Vega en los años cuarenta. El nos contaba que estudiaba mañana, tarde y noche. La mañana obligada, pero la tarde y la noche, por satisfacción propia, siempre con un grupo de amigos que hoy no recuerdo sus nombres.

Con enorme satisfacción narraba cómo cuando llego a París, conocía las calles y se orientaba por haber leído las obras completas de Alejandro Dumas.

Al llegar a Santo Domingo en 1948, a estudiar medicina en la Universidad de Santo Domingo, sólo tuvo que pagar el primer semestre, a partir del segundo fue becado por sus calificaciones. Así también fue becado en el 1955 para continuar sus estudios en Madrid y, luego, en Londres. Recorrió casi toda Europa y principalmente España en un cepillo, junto a dos hermanos peruanos. Disfrutó Europa en todo su esplendor de los años 50, asumió las buenas costumbres de las tardes del té inglés, y el sabor del jerez español. Sus años en el viejo continente lo marcaron para siempre, fue la época donde disfrutó su juventud adulta, hizo sus mejores parrandas y conoció a los que serían sus entrañables amigos para el resto de sus días: Frank Logroño, Fernando Periche, Roberto Bergés, Fao Santoni y muy especialmente a los que estuvieron con él hasta su muerte, Carlos Sánchez y Eugenio Perez Montás, su hermano y vecino de toda la vida.

El orden de los Estados Unidos lo impresionaba, siempre decía que las calles estaban numeradas, no tenían el nombre de nadie, los semáforos y las guaguas siempre estaban sincronizados y a tiempo. No obstante, cuando viendo televisión le preguntaba, papi: ¿Qué es lo que dicen en inglés en la televisión que no entiendo…?, siempre me decía: ¨las mismas pendejadas que dicen aquí¨. 

Según sus palabras, los personajes más influyentes en la humanidad habían sido Jesús, Carlos Marx y Sigmund Freud.

Hugo Mendoza no sabía firmar un cheque,  de finanzas no entendió nada, todos sus recursos fueron administrados por su admirable esposa, mi mamá; vestía lo necesario, usualmente chacabanas, nunca fue de compras, hasta el reloj a veces decía que era innecesario y femenino.  El carro siempre lo vió como un medio de transporte. No era amigo de las fiestas: no sabía bailar; siempre decía que había que leer mucho; nunca hizo deportes; nunca estuvo interno, no sufrió de ninguna enfermedad hasta pasar los 70 años, murió sin dolor.

Papá nunca tuvo problemas con la justicia. En lo político siempre fue un idealista. Cuando lo invitaron a participar en el grupo Moderno, (1991) con el objetivo de crear un frente que uniera a Jacobo Majluta y a José Francisco Peña Gómez, fue a dos reuniones y renunció: no estaba hecho para la política.

Su familia y su trabajo siempre fueron lo primero, era perfeccionista y estricto con sus hijos.

Siempre dijo que la mejor medicina era el amor, su medicamento preferido era un beso. Creía en la amistad por eso tuvo grandes amigos Emil Kasse Acta, doctor. Rodriguez Reid, Segundo Imbert y muchos otros.

Cuando llegó de Europa y Estados Unidos, traía consigo maestría, doctorados y experiencia de trabajo en Madrid, Londres y New York con los mejores médicos del mundo. Entró a trabajar, según cuenta la doctora. Rondón,  en el servicio médico del Hospital Robert Reid Cabral, de forma honorífica, sin recibir ningún sueldo, pero con un claro objetivo, comenzar a reformar la salud pública en la República Dominicana. Un año después fue nombrado oficialmente en el hospital. Su tarifa médica dependía de la condición económica del paciente, muchas veces no cobraba. Me cuenta Narciso Isa Conde que en los 12 años de Balaguer  muchos jóvenes idealistas y sus familias fueron atendidos gratuitamente. Su salario más alto como director del Hospital Robert Reid Cabral fueron aproximadamente RD$ 1,500.00.

En el año 1986, en una jugada que yo siempre entendí como magistral, se retiraba de la administración pública, le cedía el paso a su sucesores, planificaba su retiro; y a los 56 años entendía que ya era hora de dedicarse exclusivamente a su pasión: la investigación, creando el Centro de Investigación Materno Infantil (Cenismi). Como me recordaba el doctor  Zureira, el doctor. Mendoza decía que el médico que abandonaba el hospital, no era médico.

No le gustaba internar, cuando lo hacía era para tranquilizar a la abuela o a la mamá del paciente, le molestaba extremadamente cuando una abuela usurpaba la responsabilidad de la madre. Muchas veces recomendaba una medicina para calmar a la mamá no para sanar al niño. Decía que la mayoría de las enfermedades se curaban solas y que la mayoría también eran el germen de un problema sicosomático. Familias felices. ¡ Familias sanas! La mayoría de los síntomas venían de un estado de ansiedad o de nervios. Por eso me decía Carolina Mejía, que el doctor. Mendoza le advertía, antes de recetar nada: ¨Obsérvalo¨… déjalo tranquilo un rato, y luego me vuelves a llamar.

Como algo muy normal recibía los pacientes en su casa sin ningún problema y a cualquier hora. También visitaba a los pacientes diariamente en el hospital, en la clínica o en su casa, varias veces al día.  Iba diariamente a estos centros, era su primera parada diaria de su agenda. Nunca dejó de contestar una llamada telefónica. En los últimos años ponía cara a veces cuando lo llamaban, pero nosotros sabíamos que eso era un teatro, que  lo mejor de su vida y su principal satisfacción era coger el teléfono y atender la llamada.  Inmediatamente tomaba el teléfono su voz, su cara y su boca cambiaban a una expresión de alegría, siempre introduciendo la conversación con unas palabras de simpatía. Recuerdo una vez que un paciente fue llevado a nuestra casa, cuando le indicaron que tenía que ser vacunado, dijo que quería ir al baño y se encerró por varias horas en éste…

Vio a sus hijos crecer, casarse… vio sus nietos, disfrutó sus éxitos y enfrentó con dolor sus penurias… los quiso mucho, y le dio todo lo que necesitaban: ningún lujo, mucho amor, disciplina y respeto. Era estricto e inflexible con sus parámetros educativos de crianza. Siempre mantuvo un techo y un plato de comida para sus hijos, si hubiera sido por él sus cinco hijos vivieran todavía con él. Nunca quiso que se fueran de la casa. Una técnica para mantener a sus hijos era la siguiente: Siempre le dio la bienvenida a cualquier novio o novia de sus hijos, desde que entraban a la casa los honraba, de esta forma impedía que la chispa de la rebeldía disminuyera ni un segundo el amor de sus hijos hacia él, sino lo contrario, dejando que la relaciones tomaron su curso por si solas, y no fueran fertilizadas por la rebeldía. Nunca obligó a nadie a estudiar medicina. Respetó todas las decisiones de sus hijos, referente a sus parejas y a sus carreras.

Quería mucho a la UASD, siempre decía que la única forma de entender la realidad dominicana era estudiando en la Universidad Autónoma de Santo Domingo.

Sus ahorros le permitieron ayudar a sus hijos y fundar la solvencia económica suficiente de la hoy su viuda, sin nunca hacer un negocio, ni confiar en préstamos ni en tarjetas de crédito.

Creyó en la familia firmemente, siendo un ser humano de carne y hueso, contra vientos y mareas supo conciliar los momentos difíciles para seguir adelante. Pero este mérito pertenece más que todo a su compañera, que luego de ser sabiamente elegida dedicó su vida estoicamente y sin reparos al cuidado de la familia y luego de su esposo cuando llegaron las enfermedades.  El mérito de la selección es de Hugo Mendoza, sin embargo sin Rosa Leda su obra no hubiera sido posible. Repitiendo el sabio dicho que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer.

Hay otra persona que lo acompañó toda la vida, su tío Jose, su primer admirador, y la persona que lo hizo reír toda la vida, energía indispensable para la supervivencia, quizás compartir con su tío fue su mayor distracción toda la vida. Hugo Mendoza celebró todos los cumpleaños de sus hijos, todas las navidades y todos los 31 de diciembre. Siempre presente junto a sus hijos. QUE PRIVILEGIO, QUE GRAN FORTUNA……..

Con una vida como está, nos surge una pregunta, ¿y a quién tenemos que agradecer haber sido testigos de esta extraordinaria vida?. Como estudiante de un colegio jesuita debería tener una respuesta fácil, como seguidor de intelectuales también, porque estos entienden que la existencia de Dios nos llena de esperanza ante el misterio de la vida. Tengo que ratificar que la respuesta debe ser en sí mismo la pregunta, una vida así es un testimonio de justicia, de que vale la pena vivir y de la existencia de Dios, GRACIAS A DIOS POR EL PRIVILEGIO DE SER SUS HIJOS………

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