¿A quién compensar en la reforma fiscal?

¿A quién compensar en la reforma fiscal?

JOSÉ LUIS ALEMÁN SJ
Pocas cosas se me hacen tan difícil de comprender como la lógica de intereses de los afectados positiva y negativamente por una reforma fiscal con su indispensable elemento impositivo.

Para fines prácticos, olvidándome por el momento de lo que desearía, Pareto el economista genial que colgó sus hábitos de economista y de matemático para casarse con la politología del fascio de Mussolini, me sirve de lazarillo que supla con sus cáusticas intuiciones mi carencia de sofisticación política.

Me dice Pareto que en toda sociedad hay dominantes y dominados, además de una legión de pasivos que no tienen opinión mientras no se afecten sus intereses. El lenguaje de los dominantes activos (una parte apreciable de los beneficiados se comporta neutralmente) se caracteriza por el engaño activo: trata de hacer creer a los dominados que se interesa por su bien social aunque en realidad busca su interés propio. El lenguaje de los dirigentes activos de los dominados, en cambio, presenta sus intereses tal cual los siente y reta directamente las propuestas de los dominantes activos.

Los «indiferentes» -dominadores o dominados- viven la muy peligrosa ilusión de que no se les obligará a definirse, sea porque viven satisfechos, sea porque no creen en una eventual caída o en la posibilidad de su mejoría, en la movilidad social diría un sociólogo. A la larga una eventual alianza con uno de los dos grupos activos decidirá si se mantiene la actual estructura de dominación o si se inicia una circulación de élites, sustitución de los dominadores por los hasta ahora dominados.

Esta guía paretiana me orientará en la mar gruesa de la reforma fiscal. Su potencial se me hace evidente ante la mera lectura de la prensa.

PALABRAS E INTENCIONES.  LOS IMPUESTOS

Definitivamente toda nueva carga impositiva provoca en los destinatarios una doble reacción: rechazo por convertirse en carga insoportable, lo cual me parece no sólo comprensible sino decente, y por suponer una herida al futuro bienestar de los pobres, lo que puede ser verdadero o no y en grados muy diversos.

Los bancos, por ejemplo, se oponen a impuestos sobre los intereses porque caeteris paribus ese impuesto facilita la desintermediación financiera entre ahorrantes y prestatarios, tiene efectos negativos sobre el ahorro nacional, la inversión y a largo plazo el empleo, y hasta incentiva la fuga de capitales o frena la inversión directa o financiera en el país. Sería muy necio negar validez a estos argumentos. Los economistas desde la revolución marginalista apreciamos estos detalles porque somos conscientes de que todo cambio estructural, por pequeño que parezca, incide teórica y con probabilidad también realmente, en el comportamiento de cada variable del sistema económico aunque sea en grado pequeño», marginal». Defenderse de nuevos impuestos alegando sólo el perjuicio individual o grupal sería inobjetable y sólo necesitaríamos saber si los ingresos del Estado y su uso causarían un efecto positivo mayor que la pérdida impositiva. No es fácil y quizás no totalmente equitativo comparar beneficios de uno con pérdidas de otros. Pero el peso de la prueba recaería parcialmente sobre quien Arrow denomina «dictador benévolo», o sea el Gobierno sometido en un sistema de democracia política al tribunal electoral y a proporcionar sus razones a los perjudicados, quienes tratarán de obtener algunas garantías de la utilización de esos fondos. Menos apropiado y hasta hipócrita me parece el rechazo de impuestos alegando mal de otros.

Esta conducta ha sido observada por otros afectados: los comerciantes y los representantes populares frente a la generalización del ITBI, los empresarios turísticos en busca de unas tasas menor del ITBI, la JAD, los comerciantes, etc. Todos defienden, además de su pérdida de competitividad, el efecto negativo sobre el empleo, el bienestar de los pobres, la generación de divisas, el porvenir del país…

Dadas la imposibilidad de cumplir el criterio de Pareto antes de su conversión a la politología, la bondad de cualquier medida de política está limitada por su famoso «óptimo» de que nadie resulte perjudicado en una sociedad y alguno al menos mejore su bienestar, y la dificultad de toda comparación entre beneficios de unos y desventajas de otros, creo que lo más que se puede pedir al Estado es una promesa solemne de aceptar condiciones «razonables» para el gasto público resultante que se dejan reducir a una palabra: «compensaciones». Se dirá que las promesas del político son como las de los bachilleres del colegio del Retiro de Madrid ante la imagen de Nuestra Señora formuladas en versos del P. Coloma:»los compañeros de mi edad felices no serán a tu amor jamás perjuros, conservarán sus corazones puros». Hermosas promesas pero irreales: «en palabras de niño¿ quién confía?». Puede que los votantes tengan más medios para sancionar el incumplimiento de promesas gubernamentales que los Reverendos del Colegio de Chamartín.

LAS COMPENSACIONES

Las compensaciones pueden significar muchas cosas según los criterios -y los intereses- de cada quién. Para mí poco afectado por la nueva reforma fiscal, mis ingresos que no son míos sino de la comunidad donde resido están exonerados del impuesto sobre la renta, la compensación ante el costo impositivo de unos debe ser equilibrado con un aumento de gastos que contribuyan al bien común: infraestructura física, educativa y sanitaria de las regiones perjudicadas por el CAFTA-RD, la OMC y el FMI orientadas a mejorar las posibilidades de libre desarrollo humano de quienes sufrirán desempleo o merma sustancial de sus ingresos, o sea el gasto social focalizado regionalmente.

Para otros, entre los cuáles puedo estar (¡curvas de isoutilidad de indiferencia!), el gasto público resultante de la reforma debiera hacerse en planes agropecuarios sostenibles por ventajas naturales (frutales y legumbres) o fomento de pequeñas y medianas empresas en las áreas afectadas en busca de creación de empleos rentables.

Para los empresarios industriales instruidos el gasto debiera concentrarse en el fomento de fuentes renovales de energía que, aunque no quepan literalmente en las compensaciones previstas en la carta de intención al FMI, son no sólo recomendables en vista de los precios del petróleo sino también aptas a mediano plazo para poder competir menos mal en la región.

Pero para otros, empresarios y consumidores, las compensaciones deben corregir al menos sustancialmente efectos adversos de nuevos impuestos sobre sus ingresos o inclusive compensar directamente los efectos de la competencia en orden a tener el TLC pero no sufrir sus consecuencias. Buscarían aumentar el subsidio al productor de bienes impactados por la apertura comercial. Esto equivaldría a limar garras a la presión para innovar y producir a menor costo para el consumidor o sea a anular a alto costo a mediano plazo la razón económica del CAFTA-RD.

En el fondo del fondo lo que es común a todas estas compensaciones es el natural afán de mantener o mejorar la situación económica y de hacerlo con cierto grado de seguridad. Pero, como pretexto o no, hay que reconocer que el papel defensivo y hasta ofensivo frente al Gobierno en la repartición de la carga fiscal es otro lugar común de las quejas y hasta de la conducta ciudadana (evasión de impuestos, doble contabilidad). Sencillamente la mayoría de la población, irrespectivamente de su militancia partidista se niega a pagar voluntariamente gastos cuantiosos de vicecónsules, ayudantes civiles y subsecretarios con sus correspondientes vehículos y dietas.

El mismo Presidente prometió en su discurso inaugural mantener estos nombramientos dentro de límites legales o económicos imprescindibles. A apenas un año de pronunciadas es evidente que sus palabras se las llevó el viento.

La orgía pública de puestos públicos sin empleo real en San Juan de la Maguana ha quitado la tapa al pomo de la credibilidad. Nadie es tan inocente ya que no sepa por qué: está muy extendida la creencia de que sin dinero no se mantiene un partido o una persona en el poder, de que para conquistarlo hay que contar con el respaldo de los dirigentes regionales, sea en New York sea en San Juan de la Maguana, y de que el poder no exhibido es tan iluso como el sexo no practicado. Vivan entonces las yipetas y los motores atronadores abriendo paso a fuerza de sirenazos y de ademanes prepotentes en el ya caótico tráfico urbano o vial. Así todos sabemos que por ahí pasó una persona importante.

Muchísimo más grave, aunque menos visible, son las contratas de compra y de inversión otorgadas sin verdadera licitación pública a aquellos amigos que son tan importantes que ya no basta su recompensa con cargos públicos, y las continuas inobservancias de leyes fiscales o ambientales señaladas hasta por las amenazantes pero inocentes por falta de sanciones auditorias de la Cámara de Cuentas. Aquí son los empresarios y los banqueros quienes ven lo invisible para el ciudadano común. En ese ambiente de desconfianza los megaproyectos del Metro y de la Isla o Península Artificial son condenados sin apelación por sospecha de favoritismo

Grave de toda gravedad es la apariencia de impunidad judicial de funcionarios y dirigentes del partido en el gobierno que ha llevado a la sospecha de que las mismas denuncias selectivas hechas a personas del anterior Gobierno excluyendo a las del actual son hechas a propósito para que no pueda dictarse sentencia judicial y para dormir a quienes ven en esos sometimientos parcializados un indicio de voluntad de combatir la corrupción.

Por supuesto que el Gobierno también da muestras de interés real por un gasto público más equitativo. Las leyes de compras públicas y de cuenta única de Tesorería abierta a miembros del Congreso lo acreditan. Sin embargo la no-observancia de las leyes de inamovilidad en Educación, Agricultura, Salud Pública y otras dependencias gubernamentales, a pesar del rechazo de esa práctica por parte del Director de la ONAP, cuestiona severamente la credibilidad pública.

Los escolásticos decían: «lo bueno tiene que serlo por todos los lados (ex integra causa), lo malo por cualquier efecto (quocumque defectu)».

Este uso discriminatorio del gasto público a favor del partido no son creación del actual Gobierno pero sí perjudican su imagen y cuestionan un tratamiento eficiente y honesto del gasto público. Desgraciadamente la resistencia a mayores impuestos y la lucha por lograr compensaciones favorables en desmedro del bien común hallan allí no-justificación pero sí explicación.

¿Puede superarse esta situación? ¿pueden los gobernantes buscar el bien común superando los propios intereses inmediatos? ¿pueden hacer creer a los ciudadanos que las compensaciones de toda reforma fiscal serán equitativas y no necesariamente interesadas?

EL FIN DEL ENGAÑO O LA CIRCULACIÓN DE LAS ELITES

Sigamos con Pareto, nuestro aliado circunstancial. En vez de «clases» usaremos la palabra «partidos» en los textos citados a continuación.

«La Historia nos enseña que los partidos dominantes han intentado siempre hablar a la gente no en palabras que sean verdaderas, sino que se adecuen mejor a los objetivos particulares que tienen en mente. Es esencial para lograr convencer a otros exponer hechos del modo más claro posible ordenándolos de tal forma que sugieran las consecuencias que se buscan. En el caso de pasiones (moral, religión, patriotismo, política) los hechos deben ser presentados de tal manera que sean capaces de levantar sentimientos apasionados. En general los partidos en el poder se presentan como fomentadores del bien común pero buscan sus intereses.

«Los seres humanos siguen sus sentimientos y su interés propio pero les agrada imaginarse que están siguiendo la razón. Por eso buscan y a veces hallan alguna teoría que les haga parecer lógicas sus acciones. Si esa teoría es rebatida científicamente el único resultado será su sustitución por otra y para el mismo fin. Por eso uno procura fomentar pasiones e intereses que induzcan a las personas a seguir el camino que uno prefiere. La mayoría de los argumentos a favor de impuestos son ficciones legales.

«En los partidos populares los dirigentes tienen en general creencias distintas de las de las masas. Estas pueden soñar en una edad de oro que llegará con el socialismo popular, los dirigentes tienen, debido a su experiencia en el manejo de organizaciones colectivas o en alguna participación en la administración pública, menos fe en el socialismo y de hecho prefieren abocarse a reformas más inmediatas»

«Las personas en las capas más bajas de la sociedad rehuyen actuar por cualquier motivación que no sea la de sus intereses directos más inmediatos. Los partidos descansan en esta inclinación para quedarse en el poder. Pero a la larga esta situación es insostenible, porque las personas en los partidos de la oposición acaban eventualmente por comprender mejor sus intereses propios y terminan rebelándose contra quienes explotaron su ignorancia».

Hasta aquí las citas de Pareto (Manual de Economía Política, c. 2).

Este Maquiavelo del siglo XX termina su análisis de la dinámica de la política con la creencia de que los partidos dominantes que basan su estrategia en proclamar fines populistas distintos de sus intereses reales acaban por ser superados por sus opositores cuando el juicio de la sociedad los desenmascara.

Es posible que en última instancia su análisis sea objetivo en el sentido de ofrecer una explicación probable de la sucesión de partidos en el Gobierno, pero es seguro que sería arriesgado suscribirlo cien por ciento. Las razones de este escepticismo son manifiestas y el mismo Pareto las cita: los fenómenos de circulación de élites son lentos y no tan frecuentes que justifiquen el carácter de ley empírica; los fenómenos de cambio de poder son muy complejos; obedecen a pasiones y no sólo a razones; y es difícil atribuir comportamientos explícitos a quienes lo ocultan. A esto hay que añadir que los escritores casi nunca están buscando la razón. Más bien buscan argumentos para defender como verdadero lo que ellos desde siempre y antes de la experiencia consideran ser artículos de fe. Incluso esta postura no se debe a ser víctimas de sus pasiones sino a la voluntad consciente y deliberada de no soportar censuras y de imponer sus preferencias.

CONCLUSIÓN

Resulta fácil comprender la resistencia a los impuestos y el reclamo de compensaciones: los intereses más inmediatos bastan. En nuestro país tampoco exige gran agudeza mental constatar el mal uso de muchos de los fondos públicos resultantes de impuestos: el afán de mostrar poder y riqueza delata la práctica. Tampoco me parece particularmente problemático, basta leer la prensa, atribuir las irregularidades e indelicadezas del gasto público a la dependencia financiera de los partidos en el Gobierno y a la siempre presente tendencia del ser humano a la codicia y a la soberbia. Para San Ignacio de Loyola esos son los dos enemigos de quienes buscan servir ideales trascendentes. Lo que él escribía en el siglo XVI parece tener vigencia en el XXI.

Más oculta, sin duda, está la dinámica de circulación del poder estatal sea por medio de elecciones, sea por pobladas o revoluciones. Iluminadoras son las hipótesis de comportamiento formuladas por Pareto: importa decir que se busca el bien común por acciones encaminadas a conquistar o a mantenerse en el poder disfrazadas de bien común presentadas emocionalmente a través de slogans como justicia social, bien común, derecho de los pobres, progreso, modernidad etc., por un lado, y recordar, por otro lado que los de abajo a la larga acaban por caer en la cuenta del engaño y avanzan así a suceder en el poder a las élites anteriores.

Deplorable que contra el segundo imperativo categórico de Kant se compren y se vendan personas por ambición o por poder para manejar el poder. Esperanzador, tal vez, que los dominados acaban por conocer la realidad y a combatirla aunque con el tiempo se transformen en dignos sucesores de sus indignos mercaderes de antaño.

Así de triste y de grande es el hombre. Lástima que Vilfredo Pareto convertido en asesor del fascismo sea testigo de la verdad de su análisis. Porque en verdad tenía olfato para captar los hedores y los perfumes del subconsciente. Hubiera podido ser un gran director espiritual, tal vez hasta un político decente.

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