Toda devaluación de la moneda de un país conviene a sus exportadores, en nuestro caso, a los de azúcar, café, cacao, tabaco, guineos, etc., al sector turístico, a las industrias de zonas francas y a aquellos ciudadanos que reciben remesas desde el exterior, pues recibirían más pesos por sus dólares. En algunos casos una devaluación ayuda al crecimiento general de una economía y a la viabilidad de su estrategia de desarrollo, sobre todo si su sector exportador ha dejado de ser competitivo y no es rentable.
Pero como una devaluación aumenta el costo de la vida, al encarecer el valor de los productos importados, pues hay que buscar más pesos para comprarlos, sobre todo en economías abiertas a las importaciones como la nuestra, donde lo extranjero es un componente significativo de la canasta familiar, los consumidores, y por ende los políticos, se oponen a la misma. También la ven mal aquellos empresarios que se han endeudado mucho en dólares, pues el pago de sus pasivos en moneda local aumentaría. También se oponen los sindicatos, porque es probable que, por la inflación, el salario real se reduzca y si, como compensación, este aumenta mucho, eso provocaría una espiral inflacionaria. Ese es el dilema que enfrentan los países cuando se plantea modificar el valor de su moneda con relación al dólar, o el euro.
En el caso dominicano hasta hace unos treinta años para nuestro presupuesto nacional una devaluación le era indiferente, pues las pérdidas de un Consejo Estatal del Azúcar (CEA) exportador se reducirían, aliviando así al presupuesto, ya que los impuestos sobre las exportaciones generarían más. Los gastos del servicio diplomático entonces eran módicos, en aquella época el sector eléctrico no incurría en grandes pérdidas, la deuda externa denominada en dólares era baja, la entonces muy importante aduana recaudaría más pesos, al recibirse más en moneda nacional. El resultado neto es que el presupuesto no se vería muy afectado.
Sin embargo, hoy día dentro del gobierno los que más se oponen a una devaluación son los funcionarios vinculados a las finanzas públicas, pues éstas se deteriorarían sustancialmente. El CEA no existe, aunque sí mejorarían los ingresos tributarios por concepto de las exportaciones de oro, las enormes pérdidas del sector eléctrico serían aun mayores por el aumento en moneda local del petróleo y el gas, y también aumentaría el costo en pesos dominicanos de la extraordinaria deuda externa en dólares en que hemos incurrido. Los ingresos aduaneros, por su lado, ahora representan una baja proporción de los ingresos fiscales, por lo que su mayor recaudación no impactaría mucho y los gastos diplomáticos sí aumentarían y de por sí ya están muy abultados. En suma, una devaluación sería muy negativa para las finanzas públicas al subir poco los ingresos fiscales con relación al gran aumento en los gastos.
Consecuentemente, el Ministerio de Hacienda ha devenido en el mayor defensor de mantener la actual paridad cambiaria, a diferencia de la actitud que asumen otros países donde el impacto fiscal es neutro. El Ministerio de Economía y Planificación puede pensar que una devaluación conviene a la estrategia de desarrollo y lo mismo puede pensar el Ministerio de Turismo y el de Industria y hasta también podría pensarlo el Banco Central. Pero la opinión de Hacienda prevalecería, pues el déficit fiscal se incrementaría mucho. En Venezuela, en contraste, Hacienda “empuja” la devaluación, pues sus principales ingresos provienen de las exportaciones de petróleo realizadas por PDVSA, la gran empresa estatal.
Agréguese a eso el actual conflicto interno dentro de un sector privado dividido, más una sociedad civil que quedaría conmocionada y pronto se llegará a la conclusión de que, en el caso dominicano, la devaluación no será una política deliberada del gobierno, sino el resultado de un shock externo del cual el país no sería responsable, resultante de un deterioro en la situación internacional que afecte nuestra balanza de pagos. La devaluación no la decidiríamos nosotros, sino que nos sería impuesta.
Pero todo luce indicar que ese shock no es previsible en el mediano plazo.