¿A quién escucho?

¿A quién escucho?

Este diario recoge las dos versiones. No son contradictorias en esencia. Pese a lo dicho de que no son proposiciones opuestas, resultan chocantes. Expliquemos este aparente galimatías. En la edición del sábado anterior este diario recoge dos sugerencias y consejos destinados a las autoridades públicas. Ambos pronunciamientos provienen de una entidad y un técnico extranjeros. La entidad, el Fondo Monetario Internacional (FMI). El técnico, el representante permanente del Banco Mundial en el país, Roby Senderowitsch.

El FMI entiende que llegó el instante de impulsar la economía por la expansión del gasto público financiado por préstamos externos. ¡Fenómeno, un consejo como éste era ansiosamente esperado por los funcionarios del Gobierno Dominicano! Por su parte Senderowitsch afirma que en estos momentos son necesarias políticas contractivas, es decir restrictivas del gasto. Aseguró el funcionario que toda reducción en la inversión, es decir, en el gasto de capital, es preocupante. Pero en este momento, debido a la crisis, esta inclinación es conveniente.

El Banco Mundial está vinculado al FMI. De manera que al conocer de los dos puntos de vista me inquieto. ¿A quién presto atención? ¿Cuál de los dos puntos de vista deben ser observados por el Gobierno Dominicano?

Como expresé, a varios de nuestros funcionarios les encantó la opinión del FMI. ¿Coger prestado en los mercados financieros externos, multilaterales o bancarios privados? ¡Divino! ¿Pasar por alto el establecimiento de acciones de ahorro público interno? ¡Extraordinario! ¿Ampliar un gasto público que se ha distinguido como expansivo, pese a los consejos de quienes sufren como resultado de tanta liberalidad con dineros ajenos? ¡Felices! El problema de los compromisos de pago, después de todo, no corresponderá a esta generación. ¡Que nuestros hijos y nietos paguen estos platos rotos!

La insatisfacción, empero, acogota a la Nación Dominicana en ésta generación. Un gasto corriente de enormes proporciones volvió al Estado una carga insostenible para los contribuyentes. Entre ese costo y el servicio de la deuda volvimos una obligación la restricción en los gastos de capital y social. Patético a todas luces resulta contemplar cómo deambulan por las calles capitaleñas orates que estuvieron confinados en el hospital psiquiátrico. Son centavos los que alguien se ahorra al exponer a reacciones de estos señores a viandantes y ocupantes de vehículos. Pero esto encaja dentro de la visión de Senderowitsch.

Es, el país que se configura al amparo de las políticas locales de gasto público y de los consejos de técnicos extranjeros, el país que nos mereceremos? Si es ése, ¡Dios coja confesados a nuestros hijos y nietos!

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