A quién le creo, ¡doctor Balaguer!

A quién le creo, ¡doctor Balaguer!

«Defiende siempre la verdad, aunque te encuentres frente a un trono».
Luis van Beethoven

Preludio

En los años 1963-64 yo tocaba piano en un lugar nocturno muy chic yfrecuentado de la ciudad de Nueva York.

El “Alameda Room”, estaba enclavado en el mismo edificio, aunque no era parte del suntuoso Hotel Great Northern, en la calle 57, cercano a la Sexta Avenida. Al fondo de un amplio pasillo bien ornado de espejos, se divisaba la recepción del hotel con la entrada del Alameda justo a su diestra.

Por muchosmeses se alojaba en este hotel el doctor Joaquin Balaguer durante el tiempo que permaneció en su exilio. Así, cada noche a la misma hora, mientras me preparaba para comenzar, llegaba el depuesto mandatario cubierto de su elegante sombrero negro bien ajustado hasta la media-frente y sobriamente bien ataviado. Un escueto grupo de seguidores le deseaba las buenas noches al pie del elevador, no sin antes que nos saludáramos mutuamente (“cómo está Lozano”, me llamaba una y otra vez), seguido de un breve diálogo sobre asuntos sin importancia.

Tiempo después regresé al país, antes de la ascensión del doctor Balaguer al poder, en el año 1966 De vuelta en 1972, durante una gira con mi orquesta por la gran urbe, fuimos alojados por coincidencia en el mismo Hotel Great Northern. Al entrar al vestíbulo, pude reconocer la presencia del mismo individuo encargado de la recepción de otrora: un locuaz señor de origen cubano de nombre Rafael, con quien solía conversar amenamente durante mis horas de descanso en el Alameda. A una pregunta mía, dijo recordarme perfectamente, mi piano, así como las horas de tedio en las noches de poca afluencia, sin dejar de evocar la figura del doctor Balaguer, su arribo diario flanqueado de aquel escogido séquito de fervorosos.

Rafael, cubano al fin, casi me adormecía con su imparable verbosidad, hasta que logró mantenerme bien despierto al escuchar la siguiente historia.

Acto Primero

Durante sus estadía en el hotel, el doctor Balaguer recibía frecuentes llamadas telefónicas de todas partes que el mismo Rafael le transfería a su habitación. A partir de un buen día, estas llamadas, comenzaron notoriamente a multiplicarse sin obtener las esperadas respuestas; aún más, a Balaguer no se le había visto salir del hotel, evidenciado el hecho por las llaves de su habitación que estaban en el correspondiente casillero. Esta preocupante situación comenzó a crear sospechas de que algo podía haberle sucedido, sin descartar la presunción de lo peor.

Al tercer día de esta perturbación ya generalizada, Rafael decide poner en práctica lo pertinente en estos casos: llegar hasta el cuarto, tocar la puerta previamente y en caso de silencio, disponerse a abrir. Así lo hizo: armado de la llave maestra de rigor, sube hasta el piso 12, toca, no recibe respuesta y decidido, hunde la llave y muy lentamente empuja la puerta, cuando ya en el umbral, se enfrenta a la figura en pie del doctor, quien le apunta justo a la cabeza con un arma de fuego al tiempo que le dice con su reconocida tonalidad de lenguaje: “Que hace usted aquí, con qué derecho viola usted mi privacidad,..salga inmediatamente, voy a quejarme a la gerencia”

Rafael me cuenta haber descendido por la escalera para no esperar siquiera el elevador, temeroso de que fuera todavía perseguido por el furioso personaje.

Acto Segundo

–En 1975 comencé a escribir en las páginas editoriales del “Listin Diario” una columna que don Rafael Herrera tituló “Solanismos”. Aquellos escritos de aparición casi diaria trataban sobre temas únicamente musicales, como era de esperarse, aunque alguna que otra vez surgían argumentos de tipo variado. Recordando el incidente del Great Northern acaecido entre Rafael y el doctor Balaguer, quise elaborar una narrativa acerca del mismo.

Si bien, conociendo la delicada situación política que primaba durante aquellos doce años, y teniendo en cuenta las susceptibilidades que podrían resultar heridas, ya escrito, decidí presentar mi artículo a la consideración de algún personaje cercano al régimen, como medio de prevención.

Con este fin en vista, fui guiado hacia la señora Elba Franco, amiga y cercana colaboradora del presidente Balaguer. Ella, como siempre conmigo sobradamente amable, aceptó recibirme en su apartamento. Ya juntos, le solicité su parecer sobre aquel artículo que me proponía publicar. La dama, con mucho gusto aceptó mi petición. Tenso, mantuve la vista congelada sobre su rostro en espera de alguna reacción, cual fuera, mientras ella leía detenidamente. 

En un instante, debió haber llegado a la escena cuando el histórico líder esgrime el arma y apunta hacia el rostro del intruso hombre, cuando Elba comenzó a hacer giros negativos con la cabeza. Permanecí tieso, lo juro, presumiendo la respuesta y figurándome que este bendito escrito fuera a repercutir en mismo Palacio Nacional y yo fuera llamado a una investigación.

La señora Franco no llegó a completar la lectura: “No, no, no publique eso; yo le aseguro que eso no es cierto. El presidente Balaguer no ha tocado nunca un arma de fuego, en toda su vida”, me aseguró, al tiempo que doblaba el papel y lo ponía de vuelta en mis manos, mientras yo, para más seguridad, procedí al instante y en su presencia a destruirlo.

Acto tercero

Tiempo después, sólo por curiosidad y aprovechando la amistad que me une al Dr. Victor Gómez Bergés, fui a visitarlo en su residencia de entonces en Arroyo Hondo. Instalados en un acogedor patio exterior, le hice un recuento detallado de  toda la historia, desde el piano del “Alameda Room” hasta mi entrevista con Elba Franco, pasando por la

dramática escena de aquel avezado portador de un arma. Victor, me escucha y sonríe con su afabilidad innata como si me viera con lástima por la ingenuidad que él recién descubre en mi. Así permanece, entre sonrisas blanquecinas y miradas silenciosas hasta que se decide y habla. He aquí su concluyente discurso: “Una vez estaba yo con el doctor Balaguer en su despacho, solos él y yo; mientras él evocaba los días de su exilio en Nueva York, tiró de una gaveta un polvoriento revólver calibre 38 que con nostalgia le llamó como su fiel amigo y compañero durante aquellos años”.

Después de lo dicho, sin más abundar sobre lo mismo, la conversación se deslizo por diferentes rumbos. Mientras él hablaba, sin embargo, yo me paseaba en reflexión por los meandros de mi mente y escribía en un pentagrama imaginario, con letra y música, lo que ahora usted termina de leer.

Acto final

El título de este articulo puede mover a suspicacia. Confieso que sólo fue adoptado como trampa para llamar la atención del lector: Balaguer, sólo su nombre, ha sido siempre foco de interés. Mas, no se infiere de ello duda alguna sobre la sinceridad de mis consultados ni la veracidad intencionada de cada uno de ellos. El doctor Joaquin Balaguer fue siempre considerado por todos los que le conocieron de cerca como un hombre enigmático, inescrutable.

De acuerdo a la presente historia, es deducible que cuando subrepticiamente se deslizaba por el cuarto de damas, se mostraba manso y humilde, dejando sin enmarcar sus páginas en blanco, sin exhibir su desnudez interior, por pudor, quizás; mas, ya en el cuarto de caballeros, cambiaba imperceptiblemente de atuendo, mostraba la otra faz de hombre tan compulsivo como fuera necesario.

¡Capacidades de eminentes actores y actrices que se albergan latentes en el ser humano y que afloran en precisas circunstancias!

Rafael Solano

www.rafaelsolano.com.do

Publicaciones Relacionadas

Más leídas