A sacar del coma al olvidado Darío

 A sacar del coma al olvidado Darío

El presidente Danilo Medina ha ordenado la remodelación urgente del hospital Doctor Darío Contreras, el principal centro traumatológico que tenemos. Para llegar al momento de esta disposición ha debido pasar mucho tiempo de denuncias del personal médico, paramédico y los pacientes, acerca del estado ruinoso del hospital, y ha debido transcurrir también la indiferencia de varios gobiernos, a los que las denuncias por la situación les entraron por un oído y les salieron por el otro. El deterioro  ha sido culpa de  muchos gobiernos.

Pero al  Darío Contreras no le bastaría con una remodelación estructural como la que se ha ordenado. A partir de denuncias de pacientes consultados sobre la situación del hospital, también será necesario hacer que los médicos sean puntuales en el cumplimiento de sus horarios, pues hay quejas de recurrente llegada tardía, aunque hay que reconocer que el estado destartalado de ese centro es un buen pretexto, que no razón, para no querer estar en ese lugar.

  Lo que ha ocurrido con el Darío Contreras es el fruto de una conducta oficial que permitió el deterioro de otros hospitales, como el Luis Eduardo Aybar, o que mantiene sin dar servicio la moderna sala de emergencia inaugurada en junio del año pasado en el  Juan Pablo Pina. Parece llegado el momento de curar los traumas del  traumatológico. Esperemos a ver si esta vez se cumple.

Otra dosis de la misma cháchara

El tema de la ley de partidos anda de nuevo de boca en boca entre los políticos de distintas parcelas. La necesidad de crear ese instrumento se ha estado debatiendo en el ámbito del Congreso, en las cumbres del poder y en otros ambientes. Pero no hay que hacerse ilusiones. Se trata de otra dosis más de la misma cháchara política que hemos escuchado durante muchos años. Esa palabrería pocas veces  ha desembocado en algo  serio y creíble.

La ley de partidos tiene como enemigos selectos a los políticos, entre los que existe el tácito y pecaminoso consenso de no aprobarla y de irla rebotando de vez en vez, por los siglos de los siglos. En esta ocasión, nuevamente, se  manosea el tema a discreción y conveniencia, en una coyuntura política particular. No hay a la vista una voluntad de que los partidos quieran que exista un instrumento efectivo que tenga como finalidad regular sus pasos.

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