¿A santo de qué?

¿A santo de qué?

La libertad, decía José Martí, “es el derecho que tienen las personas de actuar libremente, pensar y hablar sin hipocresía”.

Juan Bosch relata en el cuento “La mancha indeleble” que para entrar al partido había que despojarse de la cabeza, es decir, dejar de pensar para que otro u otros pensaran y actuaran por él.

La constante violación a derechos constitucionales no convierte las acciones de quienes las cometen en modelos a seguir, a ser imitados; antes al contrario.

El respeto al derecho de los ciudadanos debe ser igual cuando se trata del miembro de un grupo, de un partido o de una persona individual.

La democracia comienza cuando se practica el respeto al derecho ajeno.

Ningún texto constitucional, ningún texto legal puede ni debe consignar privilegios a favor de un ciudadano en perjuicio de los demás.

No hay democracia, no hay práctica democrática, no hay respeto por los principios democráticos, cuando alguien sustituye la voluntad de uno o  muchos ciudadanos.

Cuando un dirigente, un líder decide disponer por encima de la Constitución, debe ser sometido a la instancia judicial o electoral correspondiente, para que cese el intento de sustitución de la voluntad de los ciudadanos, independientemente de los fines que se pregonen para cometer tal crimen.

Por viciosas, algunas prácticas inconstitucionales, ilegales e indebidas, se convierten en costumbres que se aceptan como si se tratara de un mal irremediable.

El afán de dominio, la intención antidemocrática de unificar el pensamiento y la acción de todos, en beneficio de la voluntad de un hombre, actúan de manera abusiva cuando se suplantan  deseos y aspiraciones.

En ningún texto constitucional, ni mucho menos legal, se consigna que un hombre, un grupo, un partido, pueda violentar el derecho a elegir y ser elegido con el descaro de quien actúa como gran elector, cuya voluntad está por encima de la de los demás.

Quienes así actúan lo hacen en un ejercicio de autoritarismo digno de los tiempos en que aquel rey francés dijo: el Estado soy yo.

En los últimos años se ha puesto de moda que los partidos políticos violen la voluntad de sus miembros y el derecho a  ser elegidos, cuando las cúpulas de esas organizaciones deciden reservar una cantidad de candidaturas a puestos públicos para postular a una u otra persona sin que sean sometidas al “baloteo”.

¿Cómo es posible que aspirantes a puestos públicos, dirigentes de uno y otros partidos, acepten ser rechazados sin que haya una elección interna con la participación de todos los miembros?

Esas prácticas antidemocráticas revelan el carácter dictatorial y de borregos de quienes así actúan. ¡No lo permitan!

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