A Saramago

A Saramago

José Saramago es la memoria viva de un ser que desafió los enigmas de la vida y que fue capaz de enfrentar todos los esquemas ideológicos aun en el clímax de su existencia. Más que un pensador, filósofo y escritor, Saramago representó una forma de reflexión y una actitud ante la sociedad que rompía con todos los esquemas.

El único que le mostró al mundo en su obra Ensayo sobre la ceguera, que todos vivimos a espaldas de nuestra realidad, envueltos en un laberinto; que sin darnos cuenta, hemos quedado ciegos y a merced de nuestra propia suerte.

Saramago, quiso romper con esa ceguera, buscando la luz en el convento de las vivencias humanas. 

Todos vemos la injusticia pasar por nuestro lado, la quiebra de la voluntad, la ausencia de libertad, el enorme desequilibrio social y el drama de los sin voz, que apenas nos enteramos. José Saramago fue crítico ante todo y ante todos, desde la ortodoxia de la ideología hasta la propia teología de la concepción; desde los esquemas moralizantes y el accionar político, hasta la propia expresión de la moral.

Por eso antes de morir le decía a su esposa Pilar del Río, “cada vez que pienso en la muerte me acerco más al amor”. Su mayor virtud era cuestionarlo todo.

Aquí lo vimos actuar en su visita al país, cuando se le veía como un hombre de izquierda o al menos de ideas avanzadas; y en su conferencia magistral, Saramago se encargó de enseñarnos que el escritor sólo aporta luz en medio de las tinieblas en que subyace el mundo de hoy, como parecido a una caverna donde todos quedan atrapados y encerrados; y por pensar así hay que decir que aún en la agonía, Saramago murió en paz, cobijado sólo bajo el regazo de su pensamiento, del que nunca abjuró.

Estos son momentos tristes para la literatura continental, porque se apagan dos de las luces más brillantes del pensamiento iberoamericano. En estas mismas horas en que despedimos a Saramago, también se marcha al reino de lo ignoto Carlos Monsivais, una de las figuras estelares del mundo de la escritura y de la vida mexicana, que al igual que Saramago vivía con el desafío, chocando con los esquemas establecidos y asumiendo roles políticos, en medio de la turbulencia de una sociedad atormentada por el crimen y las drogas.

Como bien apuntaba Elena Poniatownski, uno y otro nos dejan un legado, un apostolado de vida, una forma de ser y de pensar que no se puede borrar con su partida física.

Saramago deja huellas imborrables no sólo en España y Portugal, sino también las deja aquí en América Latina, en especial, en la República Dominicana y en el corazón de los que conocimos y seguimos su obra, los que pudimos seguir su novelística, sus ensayos, que tienen ya a miles de seguidores que estoy seguro que se multiplicarán en el tiempo,  asegurando así la permanencia y la vigencia de este hombre cuyo ejemplo es un ícono de la decencia social, autor de libros que perdurarán en la memoria de los siglos.

Saramago deja hecha una historia con El Evangelio según Jesucristo; En el año de la muerte de Ricardo Reis; con Levantado del suelo; Memorias del convento; Todos los nombres; La Caverna; El hombre duplicado; Ensayo sobre la lucidez; El viaje del elefante; el Cuento de la isla desconocida; sus ensayos sobre la ceguera y sobre la lucidez; Las intermitencias de la muerte; así como Caín, su última novela.

Murió siendo uno de los escritores más conocidos y apreciados en el mundo; y por eso, hay que repetir con él, “siempre acabamos llegando a donde nos esperan”.

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