A toda mi gente

A toda mi gente

De tanto andar entre los muertos, me habitué a caminar sin prejuicios sociales, étnicos, religiosos, políticos, de edad, ni de género; pero también aprendí a amar la vida. Es por ello que un día, hará algo más de un año, juré ante la sincera, humilde y silente mirada de esos millares de sobrecargados, agobiados, silentes e infelices difuntos, renuentes a soltar los bienes materiales que arrastraban hacia la tumba; que, en mi caso particular, trataría de arribar a esa ruta final y obligatoria, vacío, tal y como vine al mundo de los vivos. Me pidieron que revisara y estudiara sus entrañas hasta encontrar las raíces de los males responsables de sus partidas prematuras.
Me solicitaron que denunciara al mundo su ida a destiempo para que la humanidad no siguiera experimentando el fatalismo del dolor y el sufrimiento desde la concepción hasta el deceso. Que un mundo mejor era factible entre los vivos. Que mostrara como muchos males se podían evitar con la cooperación altruista entre todos, persiguiendo amar el prójimo como a uno mismo, sin matar ni odiar ni robar, perdonando sin olvidar.
Prometí dedicar todo mi otoño existencial a repartir en las nuevas generaciones los conocimientos que la ciencia me había permitido acumular. Gustoso distribuyo mis herramientas mentales entre quienes entiendo sabrán dar buen uso de las mismas.
Identificaré a los que tengan vocación de ser fieles a la verdad para enseñarles la ruta de cómo encontrarla, evidenciarla, documentarla y estar en disposición de llegar al sacrificio máximo en su defensa. Les habré de demostrar que se puede vivir sin robar, ni matar. Que se puede amar sin odiar. Que, así como tenemos el hoy, también hubo un ayer, pero más importante todavía es saber que hay un mañana para el que debemos estar preparados y dispuestos a enfrentar con mucha valentía, firmeza y optimismo. ¡Dios mío! ¡Cuánta gente equivocada! Se consumen todo el ciclo vital, sedientos de avaricia, inundados de codicia, ¡borrachos de hedonismo y carcomidos por el cáncer de la envidia milenaria!
Sepa el mundo que se puede vivir amando a muchos, sin engaño ni mentira; sin sentir odio ni rencor hacia los que nos adversan. Podemos aprender a reconocer que la madre tierra nos pertenece a todos y por ende nos corresponde cuidarla, velando porque nadie ose maltratarla acabando con sus fuentes energéticas naturales, ni envenenando el ambiente del que todas las especies dependemos. Imaginemos que somos un John Lennon y que compartimos su sueño de vivir y de morir en paz. Que logramos fundir el ayer y el mañana en un hoy eterno en un espacio donde ni se mate, ni se muera.
Cuando lo haya repartido todo y mi intelecto no dé más, utilizaré las últimas neuronas para reír a carcajadas ante la simbólica imagen de la muerte y decirle: Finalmente te entrego este frio e inerte cuerpo vacío, pues sabiamente lo di todo, sembrándome en la juventud más sana y progresista de mi pueblo.
El fardo de la alegría será el que albergue este liviano despojo humano que se reciclará para devolver los componentes esenciales de los cuales estuvo constituido, c cumpliend o de esa manera aquella bíblica sentencia contenida en el Génesis, capítulo 3, versículo 19: “Porque eres polvo y al polvo volverás”
Y al final todo será felicidad. ¡Larga y sana vida para quienes me leen y para el que escribe!

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