A tono con el amor

A tono con el amor

ÁNGELA PEÑA
Hoy el color intenso de los lazos y corazones rojos, las canciones rebosantes de pasión invaden los ambientes y los aires. Pero lo que debe ser gozo, deviene para muchos en nostalgia, desamor, melancolía, dolor, porque ven el amor carnal, caprichoso, a veces fugaz y traicionero que debe estar adornado de facultades más perdurables que un simple deseo sexual, un efímero flechazo o un pasajero atractivo físico, para mantenerse vivo. También se celebra la amistad, el más sublime y hermoso sentimiento humano, casi divino, y se conmemora, al mismo tiempo, la fiesta de San Valentín con su historia de persecución y martirio que explica por qué las parejas se enamoran y casan los 14 de febrero.

La fecha se presta para cantar al amor sensual, lúbrico, cuando es asfixia, tormento, cuando se torna en tedio, rutina, sufrimiento. Cuando llega o se va. Cuando es duradero como parecían ser los amores que vivió Neruda, ardoroso, vehemente, abrumado, saciado o eufórico, según sus poemas. “Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas / aún los racimos arden picoteados de pájaros. /Oh la boca mordida, oh, los besados miembros / Oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados / oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo / en que nos anudamos y nos desesperamos. / Y la ternura leve como el agua y la harina / y la palabra apenas comenzada en los labios”, dice en una Canción Desesperada. El amor en él es también distancia, amarga lejanía que no borra su instinto: “Aquí te amo y en vano te oculta el horizonte/ Te estoy amando aun entre estas frías cosas. / A veces van mis besos en esos barcos graves / Que corren por el mar hacia donde no llegan”.

Alfonsina Storni, tan trágica, tan lastimosa, para algunos fatal, amarga, buscaba el amor cuando escribió: “¿En dónde está el espíritu sombrío / de cuya opacidad brote la llama? / Ah, si mis mundos con su amor inflama / Yo seré incontenible como un río”. El sufrimiento tocó su corazón y no por eso renunció a la espera: “He amado hasta llorar, hasta morirme / amé hasta odiar, amé hasta la locura, / pero yo espero algún amor natura / capaz de renovarme y redimirme”. Borges es desilusión, resignación, en su cristal de agonías,  pasado, lejanía: “Nadie pierde sino lo que no tiene y no ha tenido/ para aprender el arte del olvido… / Un símbolo, una rosa, te desgarra / y te puede matar una guitarra. / Ya no seré feliz. Tal vez no importa/ Hay tantas otras cosas en el mundo: un instante cualquiera es más profundo / y diverso que el mar. La vida es corta”.

Miguel Hernández es solidaridad, el amor tierno, puro: “Anímate, retírate conmigo/ vamos a celebrar nuestros dolores/ junto al árbol del campo que te digo / Panadera de espigas y de flores / panadera filial de piel de era/ panadera de panes y de amores/ No tienes ya en el mundo quien te quiera/ Y ya tus desventuras y las mías / No tienen compañera, compañera…”. Después de la ruptura, José Asunción Silva soñaba: “Tú no lo sabes, más yo he soñado/ entre mis sueños color de armiño/ horas de dicha con tus amores/ besos ardientes, quedos suspiros/ Cuando la tarde tiñe de oro/ esos espacios que juntos vimos/ Cuando mi alma su vuelo emprende/ a las regiones de lo infinito/ aunque me olvides, aunque no me ames/ aunque me odies ¡sueño contigo!”.

Uno de los más famosos poetas colombianos, Julio Flórez, habla de un amor convulso, apagado, lóbrego: “El amor nada vale sin tormentos/ sin tempestades el amor no existe… / El amor es un sol hecho de llama…./ El amor es volcán, es rayo, es lumbre/ y debe ser devorador, intenso. /Debe ser huracán, debe ser cumbre…”.  El amor de los poetas más que enamorar a veces espanta, es cruel, tal vez porque no es aquel por el que nos juzgarán “a la caída del ocaso”. Aun así van tras él los que no lo han sentido. Lo añoran quienes ya lo han probado, aunque sufrido. Sueñan con él los despreciados, probablemente confiados en la discutida sentencia de Dorothée Kechlim Bizemont: “Ningún amor se pierde jamás”.

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