A tres años, más de lo mismo

A tres años, más de lo mismo

MARIEN ARISTY CAPITÁN
Hasta hace unos años el 16 de agosto no significaba mucho para mí. Poco aficionada a una historia colegial que no profundizaba en demasía, y aún sin alguna inclinación nacionalista, apenas tenía conciencia de lo que significaba la gesta restauradora.

Mucho menos, sin embargo, me importaban los tediosos recuentos gubernamentales en los que el Presidente de turno solía  jactarse de una bonanza que nosotros nunca éramos capaces de apreciar.

Un buen día, cuando descubrí que mi desidia había desaparecido y estaba pendiente de lo que sucedía en aquella jornada, me percaté de que había crecido: en lugar de disfrutar el día de fiesta, quizás porque ya no lo tendría jamás, estaba pendiente de lo que diría el presidente Leonel Fernández. En esa oportunidad corría el 16 de agosto del año 1999.

A ocho años de ese discurso, y a pesar de que la economía estaba mucho mejor, es curioso ver cómo el Presidente se enfrenta hoy una situación muy parecida.

Vale comenzar, por ejemplo, por lo disgustada que estaba la gente a causa de los elevados y los túneles que se estaban construyendo. Ahora se habla, en iguales circunstancias, del Metro de Santo Domingo.

Aficionado a las «mega obras», el presidente Fernández es de los que no se amilana cuando se propone algo. Es por eso que, como ayer, invierte casi todos los recursos en ese gran dragón de oro,  a pesar de que la población entiende que debería destinarlos a obras mucho más prioritarias. Quizás, en lugar de verlo como una debilidad de su gobierno, el mandatario entiende que con el Metro sucederá lo mismo que con los elevados y el túnel: a raíz de lo práctico que resultaron, sus opositores terminaron callándose y usándolos con alegría.

Recordando lo caótica que estuvo la ciudad durante la construcción del túnel de la 27 de Febrero y los elevados de la Kennedy, lo del Metro parecería un sueño de no ser porque la ruta no representará un gran descongestionamiento del tránsito a causa de lo corta y lo poco comunicada que está.

De cualquier manera, continuando con el tema original, aquel 16 de agosto Leonel también era el candidato a la reelección y se presentaba como el gran estabilizador de la economía (aunque muchas personas, como en estos momentos, tenía una percepción contraria).

Pese a ello, uno de los grandes errores del mandatario en su primer gobierno fue enfrascarse en la estabilidad macroeconómica, olvidándose casi por completo de resolver los pequeños problemas de los pueblos y los ciudadanos. Pero esas, las que suelen ser nimiedades para los funcionarios, son las que terminan socavando la popularidad de los gobiernos.

Aunque hay que reconocer que la popularidad del Presidente está bastante alta, tomando en cuenta que hoy arriba a su tercer año de gobierno, sería oportuno que el mandatario recordara que esa aceptación no es un reconocimiento a su trabajo sino un rechazo al recuerdo del ex presidente Hipólito Mejía: la pasamos tan mal la última vez, que es evidente que al compararlos preferimos al que está.

Con todo esto, el Presidente vuelve a enfrentar un gran peligro: sentirse tan ganado y tan cómodo que pierda la perspectiva y termine perdiendo, de manera tan absurda como la otra vez, dejando el Palacio Nacional en otras manos.

La fórmula para evitarlo es simple: ejecutando políticas públicas que, más allá del asistencialismo paternalista de las tarjetas de beneficiencia y las funditas de comida, se traduzcan en un verdadero bienestar para el país.

Por ejemplo, por sólo decir algo, debería procurar que al abrir una llave no tengamos que pensar en lo que estamos pagando cada mes por los camiones de agua que tenemos que comprar.

Es que, cuando vemos que hay dinero para el Metro pero no para darnos el servicio de agua potable, es imposible que veamos la gran estabilidad que nos venden en cada comercial. Esa, como a los tres años de su otro gobierno, es la lección que Leonel no debe olvidar: en no cubrir las necesidades del pueblo llano es que está el fracaso.

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