Cuando todavía faltan doce meses para los comicios presidenciales del 20 de mayo del 2012, la pretensión por la Silla, engañosamente llamada de alfileres alguna vez, merece más atención y motiva más a los políticos, que urgencias sociales como inflación, desempleo, crisis de energía, insuficiencia educativa, escándalos de corrupción, violencia de género y delincuencia. Las dirigencias partidarias ni siquiera son capaces de conciliar posiciones para superar los impasses legislativos que tienen ominosamente incompletos los sistemas electoral y judicial. El activismo proselitista, de costos inevitablemente altos, consume ingentes recursos. Vallas, spots, mensajes radiales saturantes y la movilización de multitudes de prematura insistencia en un país de necesidades agudas y en el que, en contra del curso normal de la humanidad, el promedio de vida está bajando.
De los males generalizados los políticos solo hacen provecho para la altisonancia de sus retóricas. Cada aspirante de una o otra bandería, llena el ambiente con sonoras promesas que reducen los problemas nacionales a asuntos que solo esperan su llegada al poder para recibir soluciones. Sin embargo la mayoría de la gente dice en encuestas que la economía está peor, que el enriquecimiento ilícito crece y que no tiene esperanza de que esta realidad cambie favorablemente en el corto o mediano plazos. Debe ser difícil entonces creer en soluciones mágicas.
Abusos y vicios en la juventud
El país paga un alto precio por la permisividad que expone a los adolescentes al predominio de conductas desordenadas. Ya la familia no existe, dicen los más pesimistas. Con esta observación explican que tantos jóvenes se inclinen por el consumo excesivo del alcohol -desprevenidos de sus consecuencias- y a las prácticas sexuales irresponsables. Existe una fuerte relación entre estos comportamientos y la ausencia en las aulas universitarias de un sector importante de jóvenes en edad de profesionalizarse, de acuerdo a un estudio.
El Estado, que debe preocuparse de los asuntos que más urgen a la sociedad y a su futuro, no se ocupa suficientemente de fijar límites a consumos y difusiones ni de promover considerablemente actividades sanas, incluyendo la formación técnica. Por el contrario se beneficia excesivamente en lo fiscal de usos e ingestas dañinos y tolera la proliferación y el comercio sexual.