RÍO DE JANEIRO. Neymar besó la pelota, le regaló a Brasil una ansiada medalla de oro en fútbol y lloró con sus compatriotas.
Ahí se acaba el legado de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro.
“Es la única medalla que realmente importaba”, declaró Salvador Gaeta mientras paseaba en bicicleta por un Parque Olímpico desierto hace pocos días. “Todos los brasileños lo recordarán”.
Otros recuerdos se han empañado en el año que pasó. Se satisficieron algunas expectativas, pero no se cumplieron muchas de las promesas que hicieron el presidente del Comité Olímpico Internacional Thomas Bach y el líder del comité organizador local Carlos Nuzman.
Bach dijo en la ceremonia de clausura que encontró “un Río de Janeiro antes y otro mucho mejor después de los Juegos Olímpicos”.
Nuzman había dicho que Río sería la nueva Barcelona, en alusión a la transformación que vivió esa ciudad en ocasión de los juegos de 1992.
Pero excepto por algunos cambios cosméticos, esta ciudad dividida por montañas y por una enorme desigualdad sigue siendo la misma. Los delitos violentos, que fueron suprimidos durante la justa, están en ascenso, consecuencia de la peor crisis económica que vive Brasil en 100 años. La policía se queda sin agentes porque no les paga y se tuvo que sacar a los militares a la calle para combatir la violencia en Río.
La ciudad apenas si se mantuvo a flote durante los juegos y necesitó un rescate del gobierno para montar los paralímpicos. Acto seguido se desmoronó en medio de la recesión y de escándalos de corrupción.
Los juegos se desarrollaron mayormente en el sur y el oeste de la ciudad, sectores mayormente blancos y ricos. El resto sigue siendo una mezcla de fábricas destruidas y favelas en las laderas de las montañas con casas de bloques de hormigón, techos de hojalata y cloacas al aire libre.
Brasil dice que invirtió 13.000 millones de dólares en dinero público y privado para organizar los juegos algunos estimados hablan de 20.000 millones– y muchos proyectos relacionados con los juegos se han visto envueltos en escándalos de corrupción que empañaron la competencia e hicieron subir los costos. La policía y los fiscales dicen que hubo muchos chanchullos entre políticos y empresas de la construcción que inflaron los costos de los proyectos.