Cuando se escribe cotidianamente por diferentes medios, sobre todo si quien lo hace pretende mantener una posición lo más alejado de las pasiones y las conveniencias, se convierte en su propio crítico. Por tal razón debe tener sumo cuidado de que su discurso sea comprensible, positivo, enriquecedor, evitando repeticiones y malquerencias.
Sin embargo, hay principios o ideas propias del pensamiento cristiano, que por su importancia motivan a que, cada vez que se acercan acontecimientos sea conveniente reiterarlos. Y me refiero a conceptos que tienen que ver con las escogencias de personas para cualquier actividad. Especialmente lo que representa una parte del pueblo que los selecciona.
Una de las concepciones cristianas acerca del Estado, habla de ciertos deberes para con la colectividad por medio de personas que deben estar revestidas de autoridad. Comprometidos con deberes concretos. El papa León XIII, el de la Encíclica Rerum Novarum expresó que: “El mandato ha de ejercitarse en provecho de los ciudadanos, porque la única razón del poder de quienes gobiernan, es la tutela de bienestar público”.
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De ahí se desprende que la autoridad política está al servicio del bien común. Que obliga a usar el poder en beneficio de la comunidad. Pero al mismo tiempo conlleva ciertas exigencias de los depositarios de la autoridad, como son la competencia, la objetividad y sobre todo la prudencia.
En virtud de ello, hay una técnica política que es preciso dominar bien si se quiere usar eficazmente desde una posición pública. Esta constituye un instrumento que es imprescindible conocer si se quiere utilizar para el bien. Por lo tanto, cualquiera que pretenda alcanzar una posición o cargo público, tiene el deber de instruirse en aquello que es necesario conocer para el cumplimiento de su cometido. Y según ese pensamiento, nadie debería aspirar a un cargo que no pueda desempeñar correctamente.
Si el ciudadano se considera digno de este nombre, debe ser capaz de superar el plano pasional y elevarse al nivel racional. Con capacidad de dominar sus impresiones momentáneas, los prejuicios personales o sociales y aspirar a una justa apreciación de las cosas, pero sobre todo de los seres humanos.
Según los teólogos, la prudencia es la virtud de elegir juiciosamente, según la razón y la fe. Por eso se constituye en el motivador de un ejercicio concebido con sentido humanista del poder. Que a su vez exige mucha virtud, especialmente un gran amor por el prójimo.
Como consecuencia de todo esto, en cualquier proceso de escogencia, sea sindical, estudiantil, gremial o partidario, -sobre todo con lo relativo a los poderes públicos en sus diferentes categorías- deben tomarse en cuenta estos predicamentos, para que al momento de la selección prime la idea de que los escogidos entiendan bien sus deberes. Y comprendan además, que los poderes públicos deberán ejercerse despojados de intereses particulares. Con lealtad hacia el sistema político que representan y con plena conciencia del bien común. Recordando que las mismas responsabilidades que tienen los escogidos las tienen los que seleccionan.