A veintiocho años del suicidio de Guzmán

A veintiocho años del suicidio de Guzmán

El pasado 3 de julio se cumplió un nuevo aniversario del suicidio del Presidente Antonio Guzmán, quien poco antes de la medianoche de esa fecha en 1982 se dio un tiro en la cabeza en el Palacio Nacional, falleciendo horas después en el hospital militar Enrique Lithgow Ceara.

El reloj marcaba las 5:10 de la madrugada del día 4 cuando el mayor general Antonio Imbert Barrera salió del despacho presidencial acompañado por el vicepresidente Jacobo Majluta. Se hizo un silencio. El general dijo: “Señores, lamento informarles que el Presidente Guzmán acaba de fallecer”. Imbert Barrera bajó la cabeza un instante. “Por favor esperen para avisarles para la juramentación del Presidente Majluta”.

 Varios de los presentes, en lugar de dar las condolencias al vicepresidente, se le acercaron a felicitarle. A algunos de quienes estábamos allí se nos aguaron los ojos, especialmente a quienes habíamos tratado personalmente a don Antonio.

Poco más de media hora después, cuando ya casi eran las 6:00 de la mañana, llegó presurosamente el presidente de la Suprema Corte de Justicia, doctor Néstor Contín Aybar, con el pelo desarreglado, asombrado, con un ejemplar de la Constitución de la República en sus manos. Los periodistas que estábamos más cerca de la puerta pudimos entrar al despacho a presenciar el acto de juramentación. Era casi exactamente una hora después de que se nos anunciara que Guzmán había fallecido.

A las 6:10, justo cuando por las ventanas del despacho presidencial entraban los primeros rayos del sol de esa mañana, Contín Aybar elevó la vista al techo un brevísimo instante, como si hubiera realizado una plegaria secreta, y bajó los ojos para leer el juramento.

Miré hacia fuera por la misma puerta de madera con paneles de vidrio que da al este franco, y contemplé la pequeña capilla San Rafael. Una leve brisa apenas movía los pocos arbustos del jardín palaciego. En ese momento no sabía que estaba contemplando exactamente el mismo paisaje que miraba don Antonio Guzmán apenas ocho horas antes.

A los periodistas nos invitaron a salir del despacho, pero había tanta gente que la salida se hacía lentamente. Al pasar junto al Presidente Majluta, éste me tomó por el hombro. Le abracé brevemente. En ese momento me dijo al oído: “¡Caray, ya boté otra vez los cigarros!”. Le dejé los míos. Ya era otro día.

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