“Cuando un amigo se va / deja un tizón encendido/ que no lo puede apagar/ la llegada de otro amigo.”
La hermosa y sentida canción del cantaautor argentino Alberto Cortez, nos marcó para siempre. Conocí a Víctor Melitón Rodríguez, oriundo de Mao, la ciudad de los bellos atardeceres, graduado de doctor en Derecho en la Universidad de Santo Domingo en el 1957. Los tribunales no le atraían, la justicia y los trabajadores sí, destacándose como sindicalista. Pero es a partir del año 1962, cuando unido a la primera camada de los primeros seis dominicanos beneficiados con una beca del Programa Alianza para el Progreso, de los Estados Unidos de América, para cursar y alcanzar en la Universidad de Río Piedra, Puerto Rico, el grado de “Maestro en Arte y Ciencia de la Administración Pública”, donde descubre su verdadera vocación que le abriría nuevos e inexplorados horizontes, conocimientos y experiencias en esa área del saber humano.
Trazado su destino, emprendió con noble afán esas vivencias desarrollando desde entonces hasta sus últimos años una intensa labor creativa, científica y educativa, convencido de que como enseñaran los grandes maestros, la misión de la Administración, “es asegurar la estabilidad y el bienestar social” (Brooks Adams) orientada por teorías políticas y filosóficas inequívocamente relacionadas con hechos económicos, sociales, gubernamentales e ideológicos singulares” ( Dwigth Waldo)
Esas enseñanzas, que Víctor asume como un compromiso consigo mismo, hace que se consagre con intensa pasión a servir a su pueblo, no dándose nunca por vencido a pesar de los avatares porque ama a su pueblo y por el pueblo luchó sin desmayo desde distintas trincheras, incluyendo la primavera de Abril del 65. Infatigable intelectual, dedicó su vida al trabajo, a la investigación, la literatura. No ha terminado un libro, comienza otro, siempre en búsqueda de nuevos horizontes. Plasmó su afanosa e insistente búsqueda de un mundo equilibrado, más racional y justo, estando impregnado su espíritu de valores inmarcesibles de moralidad, comprensión, tolerancia sin claudicar nunca las virtudes y valores auténticos que le enaltecieron y dignifican la existencia del ser humano, pudiendo decir al final del camino con Amado Nervo: “ Amé, fui amado el sol acarició mi faz. Vida, nada me debes. Vida estamos en Paz”. Y así sin despedida se alejó de nuestras vidas, en paz con su alma libre, sin prejuicios, lleno de amor.
Cuando supe de su trágica agonía dejé con su amada familia la parte de mi corazón que a él pertenece, porque siempre quiso compartir conmigo sus reclamos. Ante su fatal partida dejé caer mis lágrimas y con un beso depositado en su noble cabeza, comprendí que “Hay muertos que no mueren para siempre. Dejaron, tras su breve paso por la vida, un viñedo de virtudes infinitas, de amor, de solidaridad, de integridad, de comprensión y justicia que florecen cada amanecer y crecen en cada corazón agradecido.”
Paz a tu alma, querido Víctor. Fiel amigo, fraterno hermano. ¡Bendito seas! ¡Hasta Siempre!