Ab irato contra Hatuey

Ab irato contra Hatuey

La frase ab irato aplícase a quien, afectado por la ira, decide algo. Esas decisiones son propias de guapos, arrogantes, soberbios, hombres con pantalones «que no comen pendejá.» La decisión de los pepehachistas que expulsaron sumariamente a Hatuey de Camps como miembro del pe-erredé, al cual ha dedicado 40 años de su vida, fue tomada ab irato.

Cegados por la ambición, los pepehachistas creyeron en el poder para satisfacer hasta sus caprichos, pero ese poder fue quebrado por la voluntad popular. Olvidaron al escritor español Agustín Valladolid: «Es un error creer que el poder que emana de las mayorías absolutas proporciona el blindaje absoluto para todas las acciones oficiales.»

Requerido por Novatus para que escribiera sobre los medios de curar –acaso la entendía una enfermedad– la ira, Séneca celebraba que aquel temiera a esa pasión, porque «es entre todas las más fea, más vergonzosa y más desenfrenada. Una locura pasajera. » Sorda a los consejos, de la razón, su distintivo es que las otras pasiones se presienten, la ira estalla.

La medida extrema contra Hatuey está sustentada en que su llamado a votar «hasta por el diablo, pero en contra de la reelección» ha sido vista por los «jueces» como alta traición al partido. Si tal ha sido la causa, la expulsión debió consumarse tan pronto se conoció ese llamado. La actitud de Hatuey es cónsona con el devenir histórico del pe-erredé. En el partido, el antirreeleccionismo es una especie de símbolo. Por tanto, debe ser respetado, siempre, por todos. Pero las esencias y principios perredeístas quedaron engullidos por las ambiciones pepehachitas. En busca de saciarlas movieron cielo y tierra, el Presidente-candidato a la cabeza, para una reforma constitucional que restableció la reelección, la misma que «en este país, históricamente, la reelección ha sido una desgracia.» Palabras del Presidente, recordadas al país por monseñor Agripino Núñez Collado en aquel momento memorable la noche del 16 de mayo. Hatuey de Camps no causó la derrota de la reelección. El 3 por ciento que el oficialismo le ha atribuido de simpatía entre los votantes no da para tanto. La derrota la causó el pepehachismo. Que no busquen en otra gaveta. Lo que ocurre es que, como «la ira es un frenesí rabioso,» lo dice Séneca, y las culpas no caen nunca en el suelo, Hatuey resultó el blanco ideal para descargar ese frenesí pepehachista. Tanto no es culpa de Hatuey la derrota del Presidente-candidato, que Guido Gómez Mazara, de los principales línderes de la aventura rota, reconoce que fueron derrotados «por el supermercado». Fello Suberví, asfixiado, sin darse por enterado, por el proyecto reeleccionista, es otra voz en el coro. Ha dicho que perdieron «por la crisis.» Pero hay más de una.

En este punto cito otra vez a Séneca: «El frenesi rabioso de la ira, impotente para dominarse, olvida toda decencia, y desconoce los más sagrados lazos. De ahí que sea capaz de discernir entre lo justo y lo verdadero.» Otra voz coral es la de Eligio Jáquez, coordinador de la campaña releccionista. «Nosotros sabíamos que había cosas que no debimos hacer, y las hicimos.» La reforma constitucional posibilitadora del subsecuente proyecto reeleccionista, estrujados son miramientos a la sociedad, talvez sea una de esas cosas que no debieron hacer.

Los resultados del 16 de mayo se esperaban. Fue una venganza popular. Si «el costo de la vida no se baja por decreto», como ha dicho el Presidente, entonces, )qué es lo que van a reelegir…?, preguntaba en un spot el hombre que enrrollaba la bandera del jacho y botó la gorra blanca.

Digo que la figura de la expulsión apareció aquí con el nacimiento de la República. Su primera victima, Juan Pablo Duarte, Creador de la nacionalidad, desterrado de por vida, sin juicio previo, y olvidado «hasta el sol de hoy». Lo expulsó la ira de un guapo, que como tal ha tenido siempre sucesores.

En la segunda guerra mundial no existían tribunales para juzgar a los nazis criminales de guerra. Impedidos de condenarlos sin juicios previo, por el principio de derecho universal de que nadie –ni siquiera un criminal de guerra– debe ser condenado sin ser oído en juicio público, se creó el tribunal de Nuremberg, para cumplir el debido proceso de ley. A medida que fue consolidándose la revolución cubana desapareció el paredón sumario. Los opuestos al régimen castrista son ahora juzgados públicamente.

Aquí mismo, el Presidente Balaguer nunca dispuso la expulsión del partido de ningún balaguerista en forma sumaria. Se constituía el tribunal disciplinario para juzgar públicamente a los inculpados, aunque sabiéndose que el resultado iba a ser el deseo del líder.

Los sucesores de Balaguer identificados como La Casa prefieren la sumariedad. Hay que esperar para ver si la fórmula ha sido aconsejable.

Si se busca bien, se encontrarán otras organizaciones donde lo sumario es regla.

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