ABC de la mesura

 ABC de la mesura

TONY PÉREZ
A veces el silencio pesa más que la muerte. Por ejemplo: cuando un periodista calla o simula que informa a cambio de prebendas, poniendo en juego el derecho que tiene la audiencia a recibir información veraz y oportuna para vivir la cotidianidad con adecuado margen de certidumbre.

Pero hay momentos cuando el discurso del silencio es una necesidad urgente. El problema es que en estos países calientes pocas personas han aprendido a distinguir cuándo es pertinente hablar y cuándo callar. Y entonces hablan sin parar, como locos, sin pensar en cuánto hiere la ofensa al interlocutor que mañana trataremos de abrazar.

El desenfreno verbal crónico es una patología que ha hecho metástasis en familias, grupos de amigos y en instituciones públicas y privadas; sin embargo la mayoría huye a la vacuna contra ese mal que es silencio y trabajo sistemático para acercar el decir al hacer.

La Universidad Autónoma de Santo Domingo, igual que el mundo de los políticos, es un potente ejemplo societario, pese a su condición de faro de luz que orienta el camino y al caudal de talentos que posee en todas sus áreas. Y esa es una de las causas principales de la producción y alargamiento de los conflictos internos que a menudo la agobian, como el que ha terminado.

Autoridades y reclamantes (profesores, empleados y algunos grupos estudiantiles) son presas de un círculo vicioso.

Parece que se emocionan cuando ven un micrófono, una cámara y una móvil de algún medio electrónico o impreso. Y despachan cualquier declaración sin mediación del pensamiento. Obvian a los interlocutores, ofenden con diatribas imborrables, tiran trapitos al sol, se ponen en la boca de todo el mundo y sacrifican a la institución que les da vida, pese a que están obligados a llegar a un acuerdo.

Algunos creen que están obligados a hablar. Otros piensan que ganar la batalla de la opinión pública es más importante que perder la guerra en el campus universitario.

Otros sencillamente creen que mientras más salen en los medios, más probabilidades tendrán en sus aspiraciones electorales internas y externas. Otros sencillamente creen que hace bien amanecer todos los días en las primeras planas de los rotativos. Ellos se envanecen cuando logran que algún amigo comentarista u opinante coyuntural les monte una apología y de paso atropelle a sus contrarios, contrarios como si fueran una versión dominicana de Osama Bin Laden. La competencia es feroz mientras la razón va de ronda.

Medios y periodistas buscan la información para producir noticias impactantes porque es la responsabilidad de esas empresas legales y por tanto no tienen que ser indiferentes ni celebrar el conflicto. La UASD les brinda los insumos de cada día en bandeja de plata y luego quiere condescendencias mediáticas.

Pero funcionarios y gremialistas tienen el derecho y el deber de callar frente a los medios, sobre todo cuando el callar no esconde acciones delictuosas.

El problema está en que la academia (autoridades, gremios, profesores, empleados) carece de una buena administración de la palabra. De la comunicación en general. Todavía está aprisionada en los discursos calenturientos de los setenta; su palabra es muchas veces atropellada como si fuera una persona que adquirió su libertad después de 30 años en una cárcel solitaria y oscura donde no ejercitó las cuerdas vocales y ahora quiere hacerlo de un tirón. Su conciencia parece estar lejos de comprender que la comunicación no se agota entre las paredes de un medio, sino que es un proceso que además cruza todas las instancias de la sociedad.

Quizás desconoce que debe aprovechar las infinitas posibilidades de la comunicación como proceso y controlar un poco su enamoramiento enfermizo de la comunicación masiva, sin dejar de reconocerle su gran importancia en la democratización de las opiniones. Igual va para los políticos.

Este es un momento para poner un punto, levantar la cabeza y mirar a los ojos de los demás, porque la palabra desmedida aleja las soluciones en cualquier escenario, sobre todo en un país que cabe entre las cuatro paredes de una habitación de gente pobre. El silencio mediático (no censura ni autocensura) y el diálogo sincero son las medicinas para por lo menos aliviar al paciente en tiempos de alta tensión. Cuando el conflicto pausa es momento para mover las fichas de la mesura y así enderezar entuertos.

Enhorabuena.

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