¡Abdica el Rey, viva el Rey! CON EL REY Juan Carlos fueron creciendo nuevas generaciones de españoles que querían cambios y que apostaban por la paz civil

¡Abdica el Rey, viva  el Rey!  CON EL REY Juan Carlos fueron creciendo nuevas  generaciones de  españoles que querían cambios y que apostaban por la paz civil

Juan Carlos de Borbón es una de las figuras políticas más mediatizadas desde la segunda mitad del siglo XX, hasta nuestros días.

Tanto su historia monárquica como personal marcaron varias generaciones de españoles a partir de los años 60. Joven adolescente, llegó desde Portugal a España, en plena era franquista, para llenar las voluntades del caudillo, en búsqueda de engrandecer su imagen y empezar el lento camino de la sucesión y luego de la agonía de Franco.

Su rostro de muchacho serio, guapo, discreto, con un aire de misterio interior y de bondad natural llenaron los corazones de gran parte del pueblo español, que veían en él y en su figura una ruptura contrastada con el oscurantismo de las sotanas y los bigotes bien recortados y pintados de la oligarquía falangista y católica española.

Su sonrisa, apenas esbozada, sus miradas tímidas le forjaron una personalidad y un temple que pudo seducir tanto a las viudas de la guerra como a las nuevas generaciones “ye-ye” que años después se encontrarían en la caliente y épica movida madrileña.

El futuro rey, todavía príncipe, aparecía en todos los noticieros televisivos, en el famoso “ No-Do” socializando a través de la imagen en blanco y negro con el pueblo español, adormecido y aburrido en la austeridad del régimen franquista.

Juan Carlos, el gran arquitecto y esperanza de salir de un gobierno autoritario, despertó el sueño de España, hasta tal punto que muchas madres y padres le dieron su nombre a sus hijos, creó un estilo del adolescente deportivo, estudioso, obediente y sumiso a la autoridad de Franco y de la Iglesia, aunque gracias a estas dotes pudo manejar una difícil transición y llevar con éxito la misma y lograr con mucho éxito el funcionamiento de una monarquía constitucional, con un jefe de Estado sometido al poder político, y a través de él mantener unas Fuerzas Armadas y una estructura de poder constitucional.

Con el rey Juan Carlos fueron creciendo nuevas generaciones de españoles que querían cambios y que apostaban por la paz civil. Poco a poco, su poder de seducción y su imagen penetraron la sociedad española como una necesaria referencia en la construcción del futuro después de la muerte de Franco.

Resulta que este monarca supo manejar con precisión muy definida su imagen en una dinámica evolutiva y adaptada a las circunstancias políticas y coyunturales. No se puede descartar la habilidad de su estrategia, ni la inteligencia de un monarca contemporáneo que supo sacar beneficio a todo el contexto civil y militar de España, para llegar en el momento, por cierto, más complejo del posfranquismo, con la mayor naturalidad y legitimidad.

Resulta que siendo príncipe de Asturias se abrió camino e hizo huellas, conoció toda España, sus culturas, sus regiones, sus problemáticas y se acercó de los españoles, poco a poco, pero en profundidad. Tenía sus relaciones directas también con el exilio y con figuras determinantes de los dirigentes democráticos exiliados.

Cabe destacar que viajaba por razones de representación protocolar, y en sus viajes emprendía saludos y encuentros que le acercaban de la otra España, la republicana y antifranquista.

Siendo príncipe, en un viaje a Francia, invitado por el entonces presidente Giscard d’Staing y por el entonces alcalde de París Jacques Chirac, posteriormente presidente, estos le permitieron recibir una delegación de estudiantes españoles exiliados y aceptar una carta de reivindicaciones. Estas acciones explican que a pesar de todo lo que significaba el compromiso con el franquismo, tuvo el arte político de crear su figura propia y ampliar el horizonte. Logrando integrar España a Europa, construyendo una de las economías más dinámicas del continente, lo que, lógicamente, profundiza el Estado de bienestar a favor de las grandes mayorías de la población española.

De tal manera, que monarquista o no, republicanos o sí, muchos españoles -me incluyo- aceptaron a Juan Carlos como la opción salvadora de todas las crisis posibles, entre ellas la peor de todas, la eventualidad de volver a la guerra ideológica y moral que impuso el alzamiento franquista.

Frente a esos miedos y a tanta confusión de finales de la década del 70 e inicio del 80, Juan Carlos y la monarquía significaron un arreglo del momento para impedir todo desliz.

Pero no estamos en los mismos tiempos, ni frente a las mismas amenazas ni desafíos, los pueblos de España, hoy en el 2014, han alcanzado mucha madurez política, de las más altas de toda Europa. Su capacidad de rebelión fortalece un movimiento de “indignados” que saben lo que quieren y que se han liberado de los espectros de la guerra civil. La juventud española de hoy no necesita los encantos ni las seducciones de ayer, mira hacia el futuro, un futuro que requiere nuevos modelos políticos y económicos, en definitiva, un cambio.

La abdicación de don Juan Carlos de Borbón tiene un sentido político muy denso y mucho más fuerte que lo que alcanzamos a ver o a pensar: Abdica el Rey, pero no abdica la Corona… Abdica el Rey… y por España flotan las banderas republicanas.

El 14 de abril pasado en 22 ciudades, en sus plazas de gobiernos municipales se abrieron las banderas republicanas y en muchos puntos emblemáticos del exilio español se multiplicaron las movilizaciones para pedir un referendo, con la finalidad de que los pueblos de España determinen el tipo de Estado y Constitución que va a administrarles después de la abdicación.

Los españoles hoy día están muy conscientes de la crisis que les toca vivir después del juancarlismo. El rey Felipe VI tiene sus simpatías, y en el nuevo clima de renovación es humano desearle al nuevo Rey el mejor de los éxitos en sus responsabilidades, todo concertado con el merecido respeto, a fin de que logre una “monarquía renovada y para un tiempo nuevo”, como él lo definió en la sobria y simbólica toma de posesión.

Lamentamos que en los últimos años la Corona se desprestigió, entre otras razones, por el escándalo de la infanta Cristina y su marido, y las revelaciones de las fortunas reales, pero hay mucha fe en el nuevo rey Felipe VI, quien ha sido preparado en el espíritu del cumplimiento y con gran experiencia adquirida representando muchas veces, sobre todo, en los últimos recientes años, en los que ha representado a su padre en cumbres internacionales y en toma de posesión de presidentes iberoamericanos. Don Felipe tiene una idea muy clara del valor de las relaciones en el mundo en que vivimos, de la tolerancia, el respeto hacia su pueblo y otros tan lejanos como los de América Latina, lo que le granjea mucha simpatía y paciencia para cumplir los desafíos presentes y futuros. Estamos optimista de que esta apertura de un nuevo capítulo histórico contribuirá al fortalecimiento de la democracia española, y esperamos que estos sepan “torear” con garbo y talante las nuevas expectativas.

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