Con violencia brutal que destroza sus vidas, la sexualidad llega temprano a miles de niñas y adolescentes dominicanas abusadas, prostituidas, violadas por parientes y extraños, víctimas del turismo sexual de dueños de prostíbulos y delincuentes, que las explotan sexualmente y las involucran en sus delitos.
En forma aberrante, el sexo sorprende en su hogar a menores violadas por el padrastro o su padre, que las amenaza y obliga a ocultar el incesto, dejando en su hija un embarazo indeseado, el fruto de la barbarie.
La vida sexual llega a destiempo a muchachitas pobres seducidas por hombres adultos que satisfacen sus necesidades primarias o las deslumbran con una vida de confort, sometiéndolas a una esclavitud sexual, como objetos de su propiedad.
Cual mercancías, las compran con anuencia del padre y de la madre por el beneficio económico reportado.
Sobre todo al principio ante el contraste con el mísero ambiente del hogar, hechizadas por trajes y fiestas, la diversión en hoteles y restaurantes, creen haber sido tocadas por la suerte, pero muy pronto viven una pesadilla que puede terminar en homicidio, muerte por aborto o durante el parto. O ser el inicio de una existencia tortuosa con una cadena de embarazos procreados con varios maridos, por el pronto abandono del marido de turno.
Otras parejas las retienen contra su voluntad y son víctimas de feminicidios al decidir alejarse de una relación tormentosa, angustiada por la violencia física o sicológica, infidelidades, penurias sin fin.
Una vida vacía. La sexualidad también se presenta a destiempo en adolescentes que se entregan por amor o atraídas por una vida sin responsabilidades, pero poco después muchas sufren el abandono de su pareja.
Con frecuencia, se fugan del hogar, huyen del maltrato, de los rigores y carencias materiales o simplemente en busca de una libertad que no encuentran, reproduciendo en su nuevo hábitat el ambiente violento del que escaparon.
Las promesas incumplidas les ocasionan sentimientos de culpa y enojo por haber sido utilizadas, lo que puede conducirlas a depresión, ansiedad, a alteraciones conductuales. Decepcionadas, suelen caer en adicción al alcohol o las drogas, pretendiendo escapar de estados depresivos, adormecer una vida vacía.
La seducción, frustraciones o búsqueda de placer, deja a niñas y adolescentes con un embarazo inoportuno, indeseado. Optan por abortar, muchas veces en condiciones tan precarias que ocasionan la muerte, o se debaten entre éste o una maternidad que por prematura conlleva riesgos.
A causa de esos embarazos precoces desertan de la escuela, viven con baja autoestima, sin dignidad. Una experiencia lacerante que limita su desarrollo y el de su descendencia.
Generaciones cortas. Debido a esa prematuridad se suceden generaciones muy cortas, en las que se repiten el ciclo de la miseria y de la maternidad precoz.
La vida de esas niñas madres, como la de sus hijos e hijas, generalmente está marcada por el desamparo material y afectivo.
El país muestra una alta tasa de uniones de niñas y adolescentes sin madurez, sin el grado de conciencia ni la destreza para tomar decisiones, prevenir riesgos. Sin embargo, en muchos casos ellas mismas se inclinan por el camino errado, presionadas por las condiciones de vida.
Golpizas y maltratos, la promiscuidad sexual del ambiente familiar y las hostilidades del medio social, las llevan a un estado de gran inestabilidad emocional, impidiéndoles la inseguridad y ansiedad determinar lo que más le conviene.
Con la unión temprana en lo sexual, muchas menores buscan ser protegidas por jóvenes, entre ellos delincuentes que las utilizan en el microtráfico de drogas, para guardar dinero y objetos hurtados.
Se fugan del hogar, no quieren ser el retrato de su madre a la que ven cocinar y lavar por muy bajo salario, envejecida, golpeada por el padre al llegar borracho o drogado. Tampoco el de menores vendidas a prostíbulos donde las encierran y maltratan, obligándolas a sostener relaciones sexuales hasta el agobio.
Antes de abandonar la familia definitivamente, las privaciones y abusos las lanzan a la calle, adaptándose a una vida nómada, errante. Se prostituyen, se enrolan en pandillas o se unen a hombres de mucho mayor edad que las humillan y envilecen.
En la marginalidad. La sexualidad y maternidad en niñas y adolescentes predomina en campos y barrios marginados urbanos, en ambientes de exclusión y pobreza, aunque también ocurre en los demás estratos sociales. Es frecuente en hogares infuncionales, inestables, impulsada por falta de educación sexual, un entorno promíscuo, ausencia de un propósito en la vida, entre otros factores.
Estudios revelan que las menores con severas carencias están en mayor riesgo de ser víctimas de abuso sexual y enfermedades asociadas a la salud reproductiva, inclusive a la muerte.
Este fenómeno creciente sitúa a República Dominicana por encima de la tasa regional promedio, con 37% de niñas que contraen matrimonio o tienen pareja antes de los 19 años. Lidera el continente en natalidad de adolescentes, con 97.3 por cada mil niñas de 15 a 19 años. En ese segmento, se estima abandonada la escuela, más del 20% de la matrícula escolar femenina.
Prostitución. La sexualidad no le es extraña, para muchas menores el sexo es un medio de sobrevivencia y ejercen la prostitución con naturalidad, como un aliado, al que también recurren varones, muchas veces compartido con robos y otros actos delictivos.
En ocasiones, el novio o marido las induce al oficio para beneficiarse económicamente, o caen bajo las garras de dueños de prostíbulos que las reclutan y secuestran.
En alta proporción, esas muchachas proceden de familias donde el sexo es promíscuo, habitual o comercial. Viven en cuarterías, hacinados en una o dos habitaciones. El ambiente propicia un aprendizaje de mujer adulta y se hacen precoces sexualmente. Participan en actividades de adultos, beber en un colmadón, bailar hasta la madrugada, amanecer en un motel.
Una hija de madre prostituta tiene mayor posibilidad de serlo, y es más probable puesto que una de las características de menores precoces con desorden de carácter es que no tienen una moralidad relevante y, por lo tanto, son mucho más vulnerables.
Esto induce a varones a la prostitución homosexual, que no es exclusiva de los pobres, se incrementa soterradamente en todos los estratos sociales, mientras la perversión prosigue con visitantes extranjeros que abusan sexualmente de niños y niñas.
La sed de dinero y adicción a las drogas hace que muchos jóvenes se dediquen a vender su cuerpo, ofertan sus servicios por Internet o en las vías públicas, adonde asoman clientes, hombres adinerados en vehículos de lujo. Entre los que se prostituyen están los sankipankis, que en zonas turísticas permanece a la caza de mujeres extranjeras, a cambio de dinero y a la vez esperanzados en emigrar al exterior.