Nací en el barrio de San Carlos en el año mil novecientos treinta y tantos. Allí transcurrió mi niñez y adolescencia. Fue a partir de mi ingreso en la Escuela Naval cuando mi vida transcurrió por otros senderos. Éramos militares consagrados al culto de nuestras profesiones y al cuido de nuestras familias. A pesar de que el presidente de los Estados Unidos Lyndon B. Johnson y su Embajador en la República Dominicana William Tapley Bennet nos hicieron el honor de asociarnos con dirigentes y organizaciones de extrema izquierda, a decir verdad, no pertenecíamos a ningún partido político ni a organización civil de ninguna especie; no asistíamos más que esporádicamente a tertulias de amigos y conocidos. El golpe militar que derrocó al gobierno constitucional del presidente Juan Bosch quebró el ritmo de nuestras vidas; y, ante dicha asonada de caracteres catastróficos, nos preguntamos dónde estaba nuestro deber; deber que no debíamos rehuir cualesquiera que fueran los riesgos que tuviésemos que afrontar.
Durante la Guerra de Abril de 1965, el mayor Núñez Noguera, el capitán Lachapelle Díaz, el alférez Pujols y el teniente Jesús de la Rosa dirigieron las acciones de uno de los siete comandos que operaban en el barrio de San Carlos. Esas unidades de combate estaban integrados por fuerzas de distinta procedencia con conocimientos muy elementales sobre el manejo de armas. En ellas predominaba más el entusiasmo que la disciplina militar. Por su cercanía a lugares donde se aposentaban tropas enemigas, los comandos de San Carlos combatían a diario en desventaja contra fuerzas interventoras yanquis, y contra el rearmado batallón San Cristóbal, éste último, acampado en el Palacio Nacional.
Cincuenta años no pasan en vano; no tenemos enemigos; ni a nadie le guardamos rencor; hace mucho que entendimos que las deudas de sangre sólo se cancelan con la comprensión y el perdón, porque de no ser así los golpes militares y las guerras civiles no acabarían nunca.
El 19 de abril próximo pasado, asistimos muy complacidos a un acto en conmemoración del cincuenta aniversario de la Gesta de Abril de 1965 organizado por una comisión de sancarleños integrada por excombatientes constitucionalistas presidida por el licenciado Marino Santana.
A propósito de la ocasión, se celebró en la iglesia de esa populosa barriada una misa por el alma de los caídos en la Revolución de Abril de 1965, y un mitin en el parque, al cual se dieron cita, además de los lugareños, ex militares constitucionalistas y personalidades invitadas. Tanto placer nos proporcionó el juntarnos con compañeros de arma como el volver a encontrarnos con antiguos vecinos que hacía años que no veíamos. Estando en la misa, evoqué mis tiempos de clérigo de esa parroquia. Vino a mi mente las exigencias y los requerimientos sobre el cumplimiento de nuestros deberes como monaguillo que nos hacían los frailes franciscanos Miguel y Leopoldo, este último consagrado luego como Obispo de La Vega con el nombre de monseñor Francisco Panal.
El padre Leopoldo era impetuoso, enérgico y frío; distinto al padre Miguel, que era simpático y bondadoso. Mientras oía canciones religiosas entonadas por el Coro de la Iglesia, vino a mi mente el recuerdo de la escuela de música que operaba en San Carlos, que dirigía el maestro José Dolores Cerón unas veces, y el maestro Parahoy otras. Guardo en mi memoria los nombres de destacados personajes del San Carlos de otros tiempos: Manuel Arturo Peña Batlle, Mateo de la Rosa, Félix Mario Aguiar, Carmen Lugo, Rafael Espada, Ramón Saviñón Lluberes, Carlos Piantini, Evaristo Morales, Luis Scheker, Fernando Silié Gatón, Miguel Piantini; también del chofer Bomberito, del limpiabotas Mejía, y de la nombrada Radio CMQ, chismosa y pendenciera.
En unas cuantas horas que pasé en mi antiguo barrio no me fue dado abarcar la plenitud de mi pasado; no obstante, pude percibir que el San Carlos de hoy es distinto y a la vez muy parecido al San Carlos de ayer.