El mexicano Fernando del Paso, al momento de recibir el Premio José Emilio Pacheco a la Excelencia Literaria, expresó: “Me duele hasta el alma ver que nuestra patria se desmorona (…) Lo único que no sé es en qué país estoy viviendo. Pero conozco el olor de la corrupción; (…) ¿A qué hora nuestro país se deshizo en nuestras manos para ser víctima del crimen organizado, el narcotráfico y la violencia?”. Las similitudes con nosotros son demasiadas.
Más adelante, del Paso le dice: “Te hablo, José Emilio, desde luego, en español, la lengua que nos fue impuesta a sangre y fuego por los conquistadores, (…)”.
Deseamos destacar la confusión identitaria que encierra esa frase: “La lengua que nos fue impuesta por los españoles”. Porque del Paso no es español, ni azteca, sino mestizo. Por tanto, los que impusieron violentamente el idioma, fueron sus abuelos, padres de la nueva raza a la que del Paso pertenece. Como este autor, los dominicanos tampoco sabemos a cuáles ancestros ser leales. Porque la imposición fue de un abuelo al otro, pero no a la descendencia.
Esa confusión identitaria y cultural es común a millones de mestizos de México, Centro y Sur América. Y aún a hijos de padres y madres europeos. ¿A cuál ancestro debe lealtad el hijo de un holandés con una dominicana? Cuando una población entera tiene los niveles de mezcolanza que tenemos, la identificación con los ancestros no tiene posibilidad ni sentido.
Similarmente, tampoco podemos obtener identidad de nuestra historia, salvo sagradas excepciones.
El que lee la historia de abril del 65, en enfoques tan diferentes como los de Veloz Maggiolo , Hamlet Hermann, Tony Raful, o Pedro Conde, queda convencido de que a pesar de ese gran ajuste de cuentas, quedan aún inconclusos otros ajustes y ajusticiamientos; y de que en esa guerra se abrieron nuevas pendencias y deudas.
Hubo heroísmo, acaso también traición, sobre los cuales nunca habrá consenso; muertes, merecidas, de culpables y de no tan culpables; e incluso de inocentes, y de infelices que no supieron ni sabrán jamás cuál fue su falta o error. Porque donde quiera que estuvieran, siempre fue abajo. Somos mayormente un pueblo sin identidad ni propósitos comunes.
Muchos no logran identificarse con héroe o sector alguno. Muchos nunca han podido reconocer dentro de sí el elemento de una identidad común con otros dominicanos. Tenemos muchas identidades, lo que casi equivale a no tener ninguna. Ni la podremos tener mientras la busquemos en pasados ancestrales o culturales. Una identidad con futuro nada debe tener que ver con un pasado al que no interesa ni se puede regresar. Duarte tuvo la visión: una identidad hacia futuro.
Una sola raza, una sola bandera: Dios, Patria y libertad. Abraham y los israelitas salieron, renegaron de otras culturas; pero su identidad siempre estuvo y estará en el futuro. De poco sirve ser descendiente taino, zulú o visigodo, si esas herencias no aportan a un Proyecto de Nación. Sin “El Proyecto” priman la individualidad, la dispersión, la confusión y la corrupción.