Abril, lo político y lo moral

Abril, lo político y lo moral

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La Guerra de Abril de 1965 terminó dejando un saldo de cerca de cinco mil bajas, entre ellas la Cruz Roja Dominicana alcanzó a registrar más de 4 mil personas muertas. Ese número aumentó considerablemente debido a que después de haberse arribado a un acuerdo de paz como resultado de las negociaciones llevadas a cabo entre los representantes del Gobierno constitucionalista y la Comisión Ad-Hoc de la Décima Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores de la Organización de Estados Americanos, y de haberse instalado un Gobierno provisional presidido por el doctor Héctor García Godoy, continuaron las persecuciones y los asesinatos de antiguos combatientes, y de militantes de partidos liberales y de izquierda. ¡Ay, qué fácil les era a ciertos jefes militares de San isidro ordenar el asesinato de gentes indefensas!

La Gesta de Abril de 1965 fue una fuente inagotable de enseñanza moral. Ese magno acontecimiento, considerado por nuestros historiadores como el más trascendental de la historia dominicana después de la Guerra de la Independencia y de la Guerra de la Restauración, puso a prueba toda suerte de intereses creados y elevó a la superficie de un mar revuelto las pasiones y los bajos fondos de los instintos humanos entrelazados con las más excelsas manifestaciones de espiritualidad y de idealismo. Al principio, todos esos arrebatos aparecieron mezclados; pero, con el transcurrir de los años, fueron precisándose unos y desvaneciéndose otros, hasta dejar al descubierto hondas virtudes que dieron vida a los sucesos que perfilaron con trazos firmes los jalones donde habría de quedar prendida la verdad histórica de lo sucedido en aquel trágico Abril de 1965.

Es entendible que, al igual que el general Morillo López, muchos todavía duden de la eficacia aleccionadora de una Guerra como la de Abril, que culminó con una intervención militar extranjera, y en la que resultaron muertos miles de ciudadanos dominicanos indefensos. Sin embargo, esa verdad tremenda, realísima, de los constitucionalistas haber fracasado en su empeño de devolverle al pueblo dominicano la libertad y el derecho de elegir a sus gobernantes, no amengua el sacrificio de esos hombres; por el contrario, lo realza y convierte en lección perenne porque el heroísmo mostrado por ellos es independiente del triunfo o del fracaso; su efecto moral sobrevive por igual a la victoria o a la derrota. Ocurrió que al final de la Guerra de Abril, el general Morillo López se negó a acatar la orden del Secretario de las Fuerzas Armadas del gobierno de García Godoy de asesinar al profesor Juan Bosch tan pronto bajara del avión que lo trajo de la vecina isla de Puerto Rico. Su actitud valiente y responsable evitó que el conflicto de Abril se prolongara hasta sabe Dios cuándo. Por ello, y por otras cosas más, lo admiramos y lo respetamos.

La Batalla del Puente Duarte y la heroica defensa de la zona constitucionalista frente a los reiterados ataques de la 82 División Aerotransportada de la Armada de los Estados Unidos durante los días 15 y 16 de junio de 1965 constituyen, sin dudas, los jalones más destacados de la historia militar dominicana.

Del coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez, ideólogo del movimiento militar constitucionalista, no es mucho lo que el autor de esta crónica puede decir. Sabemos que se trataba de un hombre rudo. No muy alto de estatura, fornido, de gesto adusto. En las pocas palabras que hubimos de intercambiar con él a raíz de la planificación del frustrado plan de reponer a Bosch en enero de 1965 y en la planificación del ataque al Palacio Nacional nos dieron a entender que no se trataba de un hombre cualquiera, y mucho menos de uno de esos jefazos militares irresponsables que en aquel tiempo solían aparecer en puestos o funciones de relieve. En esas oportunidades, el coronel Fernández Domínguez nos habló con entera franqueza sin suscitar dudas de que en sus palabras hubiera doble intención y desconfianza.

 

 

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