Accidente evitable

Accidente evitable

PEDRO GIL ITURBIDES
Me proponía trazar el cuadro sociológico de nuestro caótico tránsito vehicular cuando me enteré del accidente en que se ha visto involucrado Jaime David Fernández Mirabal. Cualquiera de nosotros está sujeto a tan terrible conmoción que, en las personas vinculadas al Creador, siembra una angustia imperecedera. Sin necesidad, por supuesto, de este secreto malestar de conciencia, pervive en quien contempla morir al prójimo a sus pies, un recuerdo imborrable. Pero accidentes como éste, son evitables.

Lo lamentable es que debemos vivir con el desorden que hace posible cuadros como el vivido por los Fernández-Mirabal. Situaciones similares acontecen en un lado y otro, pues son efecto de nuestra cultura del desorden. Calles y avenidas de pueblos y ciudades, y carreteras interurbanas las tornamos campos de sobresaltos. Modifiqué un artículo escrito previamente –más bien pospuse la publicación- porque supongo cómo se sienten doña Dedé y Jaime David. No los he tratado, pero supongo en ellos una vida de compromisos de conciencia que dejan un amargo sabor en trances como el que los afectó.

Apenas horas antes de que tal vez ocurriese el accidente frené sorprendido, y no niego que molesto, ante un motociclista en busca de la muerte. Al violar la señal del semáforo, se nos atravesó en concurrida intersección. Porque los motociclistas, digámoslo sin ambages, no respetan nada. Y ni siquiera temen poner en peligro la propia existencia, o la de los pasajeros que transportan. En mi caso no era un motoconchista, sino, al parecer, por el colgante maletín que portaba, un mensajero. Lo uno o lo otro, pasó raudo violando la luz roja que debió impedirle cruzar en la esquina Máximo Gómez con Bolívar, obligándonos a frenar prontamente.

Nadie lo detuvo, nadie le llamó la atención, puesto que los motociclistas son chivos sin ley. Por cuanto hemos leído del accidente en que quedara involucrado el ex vicepresidente de la República, la causa de la colisión hemos de buscarla en estas irreflexivas conductas de los motociclistas. Una cachucha se le cayó a quien provocó el choque con Jaime David, y sin percatarse si venían vehículos tras su endeble aparato, giró en redondo. ¡Cómo no ha de hacerlo si los motociclistas compraron calles, avenidas y carreteras de todo el país!

Pero el vehículo que conducía Jaime David, conforme cuanto hemos leído, venía detrás. Volverse tan inesperadamente el motociclista, y encontrarse con el vehículo que manejaba el ex vicemandatario fue lo mismo. ¿Cómo evitar una colisión en esas circunstancias? ¡Sólo Dios nos salva ante locuras como las que, a diario, y a lo largo de todas las horas, llevan a cabo los motociclistas!

No quiero defender a Jaime David, pues no conozco nada de sus modos de actuar, o sus pensamientos. Me he puesto en su lugar, justo porque horas antes sufrí un susto ante uno de esos arrebatos a que nos han acostumbrado los motociclistas. Para Jaime David no hubo oportunidad de librarse del peso de conciencia. Nosotros pudimos evitar un desastre que hubiera podido acompañarnos de por vida. ¿Es necesario a la existencia de la República, y quizá a su progreso o bienestar, que sigamos conviviendo con estas locuras?

El accidente en que se ha visto envuelto el ex Vicepresidente de la República debe obligarnos a reflexionar. Pero sobre todo, debe obligar a la autoridad a cargo, a disponer acciones correctivas. En el caso del cual pudimos librarnos por la intervención de Dios -¡ustedes no se imaginan lo cerca que nos vimos de darle un trastazo al inoportuno violador de señales de tránsito!- un agente se hallaba colocado a escasos cien metros de la transgresión. Pero contempló pasar al raudo motociclista con la tranquilidad de quien admira a celoso y cumplidor ciudadano como el ilustre ciudadano que pasó por alto su deber de detenerse ante el semáforo.

En el caso de Jaime David, hemos de resaltar que el motoconchista se devolvió a recoger una cachucha arrancada por el viento. ¿Qué significa ello? Que no llevaba casco protector. ¿Y cómo podía marchar como centella por una carretera turística como la del norte del país en que aconteció ese suceso, sin que nadie le advirtiese sobre su violación a una ley? Pero nadie lo hizo, porque todos estamos combinados para patrocinar el desorden, el atropello y el desquiciamiento.

Quien sabe si con la muerte de una inocente criatura, la joven Noelia Norberto Ramos, impactada por el vehículo que conducía Jaime David, asistimos al principio de la corrección. Porque él, y los suyos, deben actuar para que tantas violaciones consentidas, se corrijan. Pues si bien es cierto que los motociclistas –y choferes de grandes camiones, y taxistas- compraron la República, no debemos dejar que la despeñen por el abismo del caos que patrocinan.

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