Los accidentes de tránsito ocupan uno de los tres primeros lugares entre las causas de muertes en el país. Es otra historia ya conocida.
Sin importar que sea período navideño, Semana Santa o feriados largos, las imprudencias, la ignorancia y el consumo de alcohol entre conductores aportan más víctimas que muchas otras tragedias.
En mi dilatada carrera de reportero, analista o ejecutivo se podrán contar por cientos las crónicas y comentarios que he transmitido al lector acerca del tráfico y tránsito peligroso y caótico.
Obsesiva atención que hasta llevó a algunos automovilistas a reclamarme auxilio para la corrección de tal o cual desatino en las vías públicas.
En los archivos de mi oficina reposa el resultado de un viejo pero serio estudio sobre las intersecciones más peligrosas del Distrito Nacional. A la importante indagatoria oficial, en su oportunidad, se le trató con el mayor desdén.
Entre las graves causas y consecuencias de nuestro subdesarrollo, ocupa lugar principalísimo la falta de continuidad a las acciones del Estado.
Dándole seguimiento al estudio citado, he identificado mediante actualización los puntos neurálgicos de la Capital.
Son las intersecciones o cruces que hay que trabajar, para dar una respuesta contundente a un problema que, además de provocar muertes, daños corporales severos o traumas psicológicos, deteriora propiedades públicas y privadas.
Estamos en presencia de una situación que ya bordea las fronteras de una epidemia y la cual puede corregirse con poco esfuerzo y dinero. Desde luego, si existe la suficiente voluntad política para hacerlo.