En nuestro país el ímpetu de la violencia y de la delincuencia se ha tornado tan agresivo que se requiere de muchos elementos en acción para lograr algún resultado positivo en su combate.

Se trata de un mal que asusta y preocupa a todas las estructuras sociales, pero ante el que se carece del valor para salirle al paso de manera seria y responsable.

Todos saben que el bajo mundo de la delincuencia es bellaco, hostil, verdugo, malvado, siniestro, espeluznante y que no tiene miramiento a la hora de silenciar o sacar de circulación a quien interfiera con sus intereses.

Ha sido evidente la suerte corrida por quienes lo han intentando, llámese como se llame o sea quién sea. 

Son verdaderos héroes quienes  osan desafiar esta cruda realidad.

Y es ese actuar siniestro lo que genera éxito a la delincuencia.

En las comunidades se conocen los puntos y los ejecutores de las acciones contra la ley, pero virtualmente nadie se atreve a abrir la boca ni apuntar con el dedo.

Un elemento clave perdido en esta batalla es la confianza.

¿Qué ha ocurrido últimamente entre los actores responsables del orden y de la preservación de la integridad física de los ciudadanos?

Es una triste realidad admitir que en ocasiones el crimen está mejor estructurado que los llamados a combatirlo, pues aparte de su capacidad desafiante de acción cuenta con servidores encubiertos en diversas áreas.

Sólo la acción bien combinada de unas autoridades serias, confiables, aguerridas y responsables puede neutralizar este mal.