Acción postergada veinte y siete años

Acción postergada veinte y siete años

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Medialibra entró en la cafetería a grandes zancadas; la cara y las manos del archivero revelaban agitación y temor. – ¡Azuceno, la policía acaba de salir de la Unidad de Investigación! Han llevado al aeropuerto a un periodista dominicano que buscaba al doctor Ubrique! Le sometieron a un interrogatorio prolongado.

Tendrá que firmar sus declaraciones al salir del país. Le preguntaron si conocía a Lidia Portuondo; uno de los policías le dijo que habían abierto su maleta y encontrado una certificación del director de la cárcel de Ushuaia, en Tierra del Fuego. – No entiendo nada de lo que dices. Explícame despacio. ¿Qué fue lo que ocurrió? Azuceno se sentó en un taburete de la barra; Medialibra ocupó otro a su lado. – A eso de las diez de la mañana llegó a la Unidad un señor alto, de unos cincuenta años, muy reposado. Yo lo recibí; me dijo: soy periodista, de la República Dominicana; busco al doctor Ladislao Ubrique, empleado de esta Unidad; quiero entregarle una certificación que él me pidió solicitara al gobierno de Argentina. Estaré solo dos días en La Habana, pues debo estar en Haití el próximo viernes.

– Le dije que el doctor Ubrique se encontraba en Santiago de Cuba; que me parecía que volvería a la oficina a más tardar el lunes. Azuceno, yo no había terminado de decir esto cuando entró la policía. Eran dos agentes grandísimos que parecían basquebolistas. Negros los dos; afuera los esperaban otros dos, metidos en un carro oficial. Lo empujaron hasta la mesa de conferencias. ¡Traigan la grabadora! Eso gritó el teniente; del vehículo sacaron dos grabadoras, varias cintas magnetofónicas, un juego de esposas. El interrogatorio lo hicieron delante de mí. No sabia donde meterme. – He entrado legalmente, dijo el dominicano. Tengo correspondencia con el doctor Ubrique y conozco parte de sus trabajos en la Unidad de Investigación. He venido a traer un documento solicitado por él a través de la cancillería dominicana. – Lo sabemos ya; usted lo trajo con su equipaje. ¿Por qué hace eso? ¿Cuándo conoció a Ladislao Ubrique? ¿Trabaja usted para el gobierno dominicano?

– El periodista estaba pálido pero sereno. Sentado frente a la mesa, con la grabadora rodando les contestó: – He visto al señor Ubrique en tres ocasiones: en el aeropuerto de Budapest, accidentalmente; no sabía quien era, ni en que trabajaba; hablé con él mientras esperaba la salida de mi vuelo. Lo volví a ver en Praga, también en el aeropuerto. Conversamos otra vez, una noche, en el sótano de un café-concierto llamado Fatál, en Vaci utca 67. Fue una casualidad que nos encontráramos. Ubrique estaba entonces redactando un libro acerca de las guerras y sufrimientos en el siglo XX, en su país y en los estados vecinos. Me aseguró que no había olvidado el nombre ni las andanzas de una persona de cuya existencia yo le había informado en nuestro primer encuentro. Esa persona vivió en Santiago de Cuba y en Santo Domingo. Decidido a investigar esa historia, vino a Cuba. Me escribió desde aquí para precisar datos sobre la vida de una francesa, casada con un cubano, a quien conocí en Santo Domingo, en 1966. El hijo de ella desapareció poco después de la intervención militar de los Estados Unidos, en 1965. Ubrique me pidió que averiguara si el hijo estuvo recluido en la cárcel de Ushuaia. Si el muchacho desapareció en la República Dominicana, la solicitud tenía que hacerse desde la República Dominicana, a través del gobierno dominicano.

No trabajo para el gobierno; trabajo en mi país para una planta televisora y para un diario matutino. Simplemente gestioné la certificación de la cárcel de Tierra del Fuego. Respondieron que Ascanio Ortiz, de nacionalidad cubana, ingresó en el penal de Ushuaia a fines de 1966, procedente de Buenos Aires. El director de la prisión declara tener constancia en los archivos de que ese recluso fue trasladado a Cabo San Juan, en la Isla de los Estados, «por ordenes superiores», en 1967. Ubrique necesitaba un documento en que fundar un secuestro realizado con la complicidad de militares de tres países.

– En mayo 30 de 1975 escribí, en la República Dominicana, en el periódico Ultima Hora, una crónica sobre la visita que me hizo la madre del secuestrado. Envié a Ubrique copia fotostática de esa nota. Ustedes pueden leer esta otra copia que traje con la certificación del presidio. A los catorce años exactos de la muerte del generalísimo Trujillo, los servicios dominicanos de seguridad me hicieron la advertencia que reproduce la crónica. «Mire joven, yo vivo ahí, al lado, al doblar la esquina. Soy amigo de un amigo suyo, mayor que usted. He visto salir varias veces de su oficina a esa mujer francesa o rusa que anda con el perro. Tenga mucho cuidado. Esa vieja es una arpía; sabe más de lo que usted piensa. Ella ha rodado mucho por el mundo y usted es joven. Esa vieja donde quiera que va arma líos. O se arman al llegar ella. Es como si trajera la mala suerte. Es bonita todavía y puede enamorarse de usted. Ella es violenta y posesiva en sus amores. Por la ventana del patio yo lo veo a usted tomando notas de lo que ella dice; o lo veo escribiendo en la maquina con ella enfrente. Su hijo se ha metido en líos políticos y en pugnas con militares. Solo quiero advertirle». La Habana, Cuba, 1993.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas