Las cárceles dominicanas, sobre todo las que están fuera del nuevo modelo, aparecen de continuo como piedra de escándalo y hasta motivo de descrédito para el país. De esos recintos se sigue diciendo que el dinero es imprescindible para todo, desde permitirles a los internos gestionar asistencia legal, hasta disponer de una cama en el marco del hacinamiento que suele caracterizar a la mayoría de las prisiones. Tras los indicios de que el convicto José Luis Montás murió por problemas de salud que no hicieron reaccionar a tiempo a las autoridades para llevarlo a un hospital, ahora llega un caso que obliga a seguir relacionando algunos males de los penales con una parte del personal que los administra o custodia los reclusos. Hablamos del tráfico develado por la propia Dirección de Prisiones que atribuye a uno de sus supervisores de Najayo Hombre la introducción de drogas y bebidas alcohólicas a las celdas.
Para el país no puede ser suficiente que el Gobierno investigue y tome sanciones con especificidad sobre los últimos hechos. Lo que las circunstancias exigen a gritos es que se evalúe a profundidad la competencia de quienes desempeñen diferentes funciones en los penales; que se apliquen con efectividad mecanismos de vigilancia y seguimiento hasta lograr un buen sistema carcelario. Los frutos de la reforma emprendida años atrás son pocos y llegan con lentitud para pesar de la sociedad.
Un retorno preocupante
El previsto regreso de Jean Bertrand Aristide a Haití causa tensión y abre interrogantes para la República Dominicana. Su forma de regir los destinos del vecino Estado fue conflictiva para las relaciones entre los dos Estados de esta isla. Su salida intempestiva del poder se debió, en buena medida, a turbulencias políticas causadas por él mismo y agravadas por debilidades institucionales y falta de tradición democrática.
Está presente la posibilidad de que Aristide exacerbe pasiones y agrave las cosas en un Haití convulsionado por un proceso electoral incidentado varias veces y abocado a una crucial segunda vuelta. Residir en su país es un derecho legítimo de este controversial ex presidente, pero él debe estar consciente de que la historia lo condenaría doblemente si en la presente coyuntura asume algún protagonismo que influya contraproducentemente en una parte de su pueblo y la lleve a asumir actitudes agresivas.