Aceptar el destino

Aceptar el destino

Nadie puede elegir el día y lugar de su nacimiento. Podemos nacer en momentos de paz o en tiempos de guerra. Muchos de mis amigos nacieron durante las escaseces de la Segunda Guerra Mundial; se criaron en medio de la dictadura de Trujillo y fueron testigos de toda clase de abusos, atropellos, torturas, asesinatos. Para colmo, debieron escuchar los más rimbombantes elogios de ese régimen político. Oyeron justificaciones retorcidísimas de las disposiciones del gobierno; todas ellas, además, en boca de señores con espesos bigotes, que vestían chalecos a rayas: funcionarios públicos, profesores universitarios, jerarcas religiosos. Aprendieron a tragar mentiras sin beber agua.

Después que la guerra concluyó en Europa y en las islas del Océano Pacífico, lanzadas ya las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, empezó en todo el mundo la Guerra Fría. El planeta quedó dividido en dos bloques antagonistas. Los habitantes de los países pequeños fueron sometidos al vapuleo publicitario más intenso de la historia. Esa guerra era fría para los protagonistas principales: los EUA y la URSS; para los demás países resultó bastante caliente; en ocasiones, un horno de leña abanicado desde lejos. La cruda lucha política, envuelta en un vistoso ropaje ideológico, enfrentó los jóvenes en muchísimos lugares.

Estudiantes ingenuos se aporrearon sin misericordia, endilgándose entre sí motes infamantes: maldito comunista, bandido reaccionario. Unos estaban al servicio del imperialismo yanki, otros eran “agentes subversivos del comunismo ateo. Ambos grupos “merecían morir, a juicio de los cabecillas de cada parcela. André Malraux escribió una vez: vivimos “la era del desprecio. Valiosos intelectuales se detestaban mutuamente; algunos profesores fueron excluidos” por los claustros universitarios. Surgieron odios entre primos y hermanos. Derechismo e izquierdismo llegaron a ser dos maneras de estar “apestado.

Podemos nacer en momentos de paz o en tiempos de guerra.  Muchos de mis amigos nacieron durante las escaseces de la Segunda Guerra. Se criaron en la dictadura de Trujillo.

Los cuerpos represivos de las naciones democráticas fueron tan crueles como los servicios de inteligencia en los países socialistas de Europa del Este. Ese trauma todavía influye a la hora de pensar o de actuar. Los prejuicios resultantes produjeron chistes hirientes para militares e intelectuales. El cómico Groucho Marx afirmaba: “decir inteligencia militar es una contradicción en los términos. El general Dwight Eisenhower decía: intelectual es un hombre que usa más palabras de las necesarias para decir más de lo que sabe”. (2012).

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