Acerca de aspiraciones fundamentales

Acerca de aspiraciones fundamentales

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
No cambian las aspiraciones fundamentales de los subdesarrollados de ambos sexos: estómago lleno y sexualidad complacida. Como hace poco citaba yo a Juan Ruiz, Arcipreste de Hita (1290-1350) quien motivó la indignación de los clérigos de su tiempo por el tono y acusaciones que presentaba en su “Libro del Buen Amor” y lograron que el arzobispo Gil de Albornoz lo encarcelara por calumnias, quiero referirme a las dos necesidades primarias que mencionaba el Arcipreste en su famoso libro:

“Como dice Aristóteles, cosa verdadera: / el mundo por dos cosas trabaja.

La primera / Por aver mantenencia; la otra era / Por aver juntamiento con hembra placentera”.

Lamentablemente nos hemos enredado en superficialidades absurdas, dejando de lado las esencialidades sensatas.

¿Que la ciencia ha avanzado aperplejantemente. No hay dudas. Pero, ¿en qué dirección y propósito?

La función masiva de la gente, digamos mayormente del primer y segundo mundo, abandona su capacidad cerebral para sujetarse a las ordenadoras o computadoras hasta el punto de recurrir a artefactos portátiles cada vez con mayor amplitud de funciones, para no tener que calcular cuánto suman treinta más treinta… o cuatro más cinco.

En años juveniles leí un relato de Julio Verne, un visionario inexplicable el cual señalaba que el descenso y aniquilacíon del ser humano como entre activo pensante y creativo, se produciría a causa de las máquinas inteligentes que habrían de sustituirlo en trabajos físicos imprescindibles para la apropiada función orgánica, y también atrofiando el cerebro de las enormes mayorías que no tendrían que pensar, sino depender de aparatos calculados y producidos masivamente por unos pocos sabios capaces de proteger su capacidad pensante, su imaginación sin límites y su formidable capacidad de trabajo mental y físico.

Observo, no sin miedo, que cada día somos más incapaces de pensar bien.

Me desconcierta que mandatarios inteligentes sean incapaces de enfocar las prioridades cuya atención merecen los ciudadanos que los eligieron, cargados de esperanzas, no en mágicas soluciones sino en ponderada sensatez.

La globalización, por lo visto indetenible, puede ser muy positiva si se aplica con sensatez.

¿Por qué Latinoamérica no puede tener su “globalización regional” y convertirse de ese “mendigo sentado en una mina de oro” de que hablaba Josué de Castro, en dueño y señor de sus cosas… que son inmensas en riquezas, y seguir en cambio, siendo esclavos de políticas norteamericanas o de sus aliadas europeas?.

Cambiemos la ruta del pensamiento. Fidel Castro puede ser el terco defensor de un sistema fracasado, pero es un héroe que no se doblega ante el descomunal poder norteamericano, como hizo míster Blair en Inglaterra, y otros, timoratos oportunistas, al apoyar el crimen de la guerra de Irak, fundamentado en mentiras e intereses espurios.

Dicen que Hugo Chávez es un personaje alocado, que ambiciona ser cabeza de una unión de países latinos, apoyando en la riqueza del petróleo venezolano, que quiere quitarle la primacía y el control despótico que ha ejercido Norteamérica desde que se hizo fuerte luego de la Guerra Civil y todo lo que vino detrás, incluyendo la ruda discriminación racial que, aunque disfrazada hoy, envía avanzadas de negros y latinos a las guerras que deciden y permite escasa atención a desastres naturales (como el huracán Katrina) si desata su furia mortífera sobre áreas pobladas mayormente por negros, aunque nacidos allá en esa Unión pensada con propósitos de justicia y bien por los Padres Fundadores, los que el 1774 y 1775 se reunieron en Filadelfia y en este último año se dirigieron al rey Jorge III, al pueblo de Gran Bretaña, al de Canadá y a la asamblea de Jamaica, exponiendo principios y propósitos.

Esos iluminados que, bañados en ideales de libertad política, aprobaron el 4 de julio de 1776 una Declaración de Independencia en el Congreso de Filadelfia, fijando los derechos naturales del hombre que habrían de repercutir nada menos que en la Declaración de los Derechos del Hombre sustentados por la Revolución Francesa y redactados por Sieyes en 1789, que sirvieron de preámbulo a la Constitución Francesa de 1791, estos iluminados –repito– no soñaron, por suerte para ellos, que a estas alturas del siglo XXI andaríamos tan mal en cuanto a Derecho Humanos. Y resulta que los fuertes lo usan para conveniencias malignas, como cuando buscan que los dominicanos carguemos con Haití.

Así andamos. La razón del más fuerte es siempre la mejor, escribió el fabulista La Fontaine en la sabiduría de “El lobo y el cordero”.

Pero.

¿Tiene que ser siempre así?

¿Es que Latinoamérica no está autorizada para convertirse en una potencia unida y coherente?

Publicaciones Relacionadas

Más leídas