Acerca de consensos y pre-programas

Acerca de consensos y pre-programas

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Todavía en años juveniles, hace buen tiempo, me cayó en las manos un poema de Edgar Allan Poe. Yo buscaba entrar al conocimiento del idioma inglés a través de la poesía y de la expresión de ilustres personajes anglos, y, no sé cómo, tropecé con el poema «Alone» (Sólo) del atormentado poeta norteamericano.

Busqué en el diccionario bilingüe las palabras que no conocía y me quedaron clavados los conceptos que voy a tener el atrevimiento de traducir de memoria, faltando al sabio consejo que me diera el Padre Robles Toledano: «nunca cites de memoria» Y llevaré mi atrevimiento más lejos. Citaré las líneas iniciales de Poe en inglés, según recuerdo. «From childhood hours/ I have not been as others were/ I have not seeing as others saw…from the same source I have not taken my sorrow…» (Desde las horas de mi niñez, yo no he sido como los demás han sido, yo no he visto como los otros vieron…desde la misma fuente no he sacado mi dolor…».

Pero esto no implica superioridad o inferioridad. Implica diferencia. Y todos somos diferentes.

Rousseau en su «Contrato Social» (1762) presentaba la idea de una igualdad que él mismo consideraba inaplicable pero que vino a ser el Manual Áureo de los revolucionarios e inspirador de la noble y poco atendida Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.

Hay una obra de Robert Ardrey, titulada igualmente The Social Contract (1970, Collins, London) que contradice a Rousseau. Y es realista. Crudamente realista. Y quisiéramos que no lo fuese. Especialmente cuando Ardrey ha ido más allá que Konrad Lorenz o Desmond Morris con su radical afirmación: «¡Formar sociedades jerárquicas o morir!», con lo cual aprueba sin reservas la dominación del hombre por el hombre. El antropólogo Vernon Reynolds, comentando el asunto en su libro Biología de la Acción Humana, nos dice: «Algunas sociedades edificadas sobre la opresión pueden ser muy fuertes. Muchos ejemplos existen de ello en el mundo actual, y siempre han existido, pero el orden social constituido sólo sobre el constreñimiento es la mitad de lo flexible y vivo que podría ser. El consenso es la otra cara de la política».

«…El Estado puede poner de relieve el consenso en lugar del constreñimiento. Creo que esa es la esencia de lo que Rousseau buscaba, Ardrey, en cambio quiere venerar las deidades de la desigualdad social» (V. Reynolds, Biología de la Acción Humana, Ed. Villalar, Madrid, 1977).

Aterricemos en las realidades.

Los humanos somos iguales en muchas cosas… también en las diferencias.

Tenemos los mismos órganos, sin cuyo funcionamiento no podríamos vivir. Trátese de un furioso y feroz activista Tutsi o Hutu en Ruanda-Burundi o de cualquier zona conflictiva africana, o de un apacible mini-comerciante sueco de las afueras de Estocolmo.

Pero.

Entre africano y africano o sueco y sueco, existen notables diferencias.

Es por esto que lo de la globalización (así a lo ancho) no me convence.

Se trata de una igualdad imposible.

Si la solución fuera el consenso ¡qué confusión, qué galimatías!

En verdad, el consenso (ya lo dice la palabra) es un consentimiento, una cesión, una aceptación a fuerzas externas, mayores e imbatibles. No es un convencimiento. En la raíz latina, «consensio» es tanto conformidad como liga conspirativa.

Le estamos dando muchísima importancia a una mentira.

En realidad hay que hacer lo que hay que hacer, «advient que pourrá» (pase lo que pase) según tenía grabada la frase en francés antiguo una de las espadas de César Borgia.

No obstante, me duelo de que, al parecer, por lo que uno percibe, no hay definición gubernamental. ¿O será esa nebulosa precisamente lo que hay que ver? ¿Este gobierno del Presidente Fernández en el cual los altos funcionarios discrepan agriamente unos de otros…serán una política de Estado?

La distancia de lo que se dice en FUNGLODE y lo que proclama el Dr. Fernández, tiene a menudo poco que ver, lo uno con lo otro.

Así los hechos.

La eminente psicóloga Margaret Mead localiza la fuente de nuestra naturaleza moral FUERA DE NOSOTROS, en la sociedad, y ve en cada uno de nosotros una encarnación de esa fuerza extrínseca.

¿Estamos pre-programados para cierta conducta repetitiva, porque no encontramos salida?

En 1973 el etólogo alemán I. Eibl-Eibensfeldt publicaba Der Vorprogrammierte Mensch (El Hombre Pre-programado – existe traducción inglesa, Holt, Rinehart & Winston, New York)

Es posible, aunque no fácil, escabullirse del Pre-programa.

El país lo requiere.

Urgentemente.

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