Acerca de creimientos y descreimientos

Acerca de creimientos y descreimientos

El sábado pasado, bajo el tema de “lo inexplicable”, narraba lo que me sucedió en  el aeropuerto Idlewild  (luego Kennedy) de Nueva York cuando regresaba a mi país desde Alemania, con mi esposa Graciela Pratt y  tres hijos pequeños. Allí me vi en la terrible situación de que no tenía los boletos y pasaportes que suelo guardar en un bolsillo interno del saco y además tengo el hábito de tocar varias veces la zona para cerciorarme de que  la cartera  para pasaportes y billetes está allí. Me aterroricé ante la situación. Ni tenía documentos ni dinero para afrontar aquello. Entonces, sin decir nada, me alejé de la familia que estaba entretenida en un establecimiento comprando dulces y revistas. Me senté en el banco más aislado, cabizbajo, perplejo, sin saber qué hacer. No conocía a nadie que me pudiera auxiliar. ¿Cómo volver a Manhattan, presumiendo que había olvidado la gruesa cartera? En cierto momento me levanté a caminar sin rumbo por el área y me encomendé a Dios: “Ayúdame Tú, que yo no puedo hacer nada”. Entonces metí la mano en el bolsillo derecho de mi abrigo, donde solamente guardaba la bufanda. Allí encontré trescientos dólares, suma que no poseía,  porque sólo me quedaban unos cuantos billetes alemanes de baja denominación.

   Alguien había deslizado los trescientos dólares en mi bolsillo. ¿Quién?

Unos diez años después (ya Graciela había fallecido)  contraje matrimonio con Miriam Ariza. Esta virtuosa concertista del piano ideó con la arpista Mirla Salazar, persona de efervescente personalidad, un programa televisivo titulado “Rincón del Arte”. Me ofrecí a acompañarlas en la solicitud de patrocinios. Efectuamos una visita a la Confederación del Canadá, empresa de Seguros que dirigía Quililo Villanueva, a quien yo nunca había tratado. Nos recibió gentilmente, aprobó el patrocinio y luego nos invitó a comer en un excelente restaurante. Fue allí que me enteré de que había sido él, un desconocido, quien viéndome atormentado, dedujo que se trataba de un pro blema económico y discretamente, sin hablar, deslizó los dólares en el bolsillo externo  de mi abrigo, sin que yo me enterara.

Lo asombroso es que él aseguraba, sin asomo de duda, que yo fui a su oficina de Santo Domingo y le dejé  trescientos dólares con una nota que simplemente decía “!Gracias!”.  

Los escépticos ante lo que trasciende el conocimiento humano, me han dicho que simplemente yo estaba tan atribulado que no registré el hecho. Pero  ¿cómo pude devolverle el dinero a alguien que, diez años después, se identifica?

Tengo amigos que se autodefinen ateos y, sin embargo, son personas de gran virtud, sentido de justicia y de perdón.  En verdad ellos son más fieles a Dios  que esos “devotos” que comulgan cada semana y,   sin embargo, como al usurero Alfio del Epodo Segundo   “Beatus ille..” del poeta Horacio,  el fugaz arrepentimiento  poco les dura.

Benditos sean estos escépticos de noble conducta. Lástima que la ciencia no tenga explicaciones para todo y cada descubrimiento traiga cien incógnitas.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas