Acerca de críticas y juicios ligeros

Acerca de críticas y juicios ligeros

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Lo cierto es que porque, hace ya muchos años, un nutrido y sorprendente grupo de estudiantes de secundaria se presentara a la imprenta de mi padre para solicitarme que escribiera un libro de historia dominicana en la forma en que escribía mis artículos en el Listín Diario, ya que deseaban salir del texto de Bernardo Pichardo, por tal visita, honrosa, nunca me he sentido historiador sino escritor consecuente con un pedido halagüeño. He de referir que mi Historia de Santo Domingo fue publicada por mi padre y compuesta con tipos de antimonio, letra a letra sin que tuviera yo noticia del asunto. Yo estaba en los Estados Unidos, con la Sinfónica de Dallas.

Pero el libro fue acogido con estusiasmo, a tal punto que esa primera edición, de unos doscientos cincuenta o trescientos ejemplares, mereció que, por respeto, me dedicase yo a completarlo, corregirlo y ampliarlo en cada una de sus múltiples ediciones, a partir de 1969, llegando a contar con la colaboración de don Emilio Rodríguez Demorizi y don Vetilio Alfáu Durán, lo cual apaciguó mi consciencia de inexperiencia en la materia.

Resulta que la primera edición estaba abruptamente cortada en una frase que señalaba que Buenaventura Báez era el colmo de la indignidad y desvergüenza (no recuerdo las exactas palabras, pero eso decía).

Pasando frente a la “Farmacia Dr. Báez”, en la calle Arzobispo Meriño, se me plantó delante un imponente señor, de traje completo, chaleco, bastón y sombrero “homburg”. Me dijo, trepidando de ira: “Joven, usted no es más que un fresco, atrevido, al decir que mi abuelo era un desvergonzado y un indigno. Mi abuelo era un patriota consciente de las realidades y posibilidades del país”. Entonces levantó en alto su elegante bastón, dispuesto a descargar su cólera sobre mi atolondramiento.

-Señor -le dije mohino- yo no tengo la culpa, ni usted, de que su antepasado actuara como actuó.

He recordado el asunto al leer en este periódico, el miércoles 6 de septiembre, unas declaraciones de otro Bernardo, Bernardo Vega, quien ha publicado valiosísimos tomos de documentos sacados de archivos congelados en los Estados Unidos -lo cual se le agradece- pero quien ahora afirma que Joaquín Balaguer, en términos históricos, está más cerca de Buenaventura Báez que de Juan Bosch o Antonio Guzmán, porque no creía en la democracia.

Vamos. Que se queda uno anonadado.

¿Puede llamarse verdaderamente “historiador” quien tan a ligera se expresa?

Los documentos publicitados por el licenciado Vega tienen y han de tener permanentemente un valor extraordinario. Posiblemente con sus influencias estadounidenses, conexiones y recursos (combinación no usual) nos esté entregando a los dominicanos un material que podría seguramente permanecer en las sombras cuidadas de los majestuosos archivos de Washington. Durmiendo nuestras apatías.

Respetemos sus esfuerzos y gastos en esa dirección… pero…en cuanto a criterio historicista… anda muy mal.

La política es terrible, es cruel, es inhumana.

Para poder manejarse en ella con efectividad, logrando ciertos beneficios para la población, es imprescindible la maniobra astuta, la permisividad indeseable, controlada lo mejor posible. La corrupción, durante la Era de Trujillo, estaba dentro de su puño. Balaguer jugaba con sus permisividades, su mano se entreabría y hacía millonarios, pero manejaba las cuentas del Estado como si fuese una pulpería en la cual, ciertamente, también se le despachaban mercaderías a personas cuyo aval era una conveniencia política más o menos transitoria o perdurable.

A mi ver, comparar a Balaguer, en términos históricos, con Buenaventura Báez, dispuesto a vender la República, o a Juan Bosch y Antonio Guzmán: uno un valiente idealista (Bosch) y otro un noble hacendado bien intencionado, que confiaba en honradeces mentirosas (Guzmán) comparar a estos personajes tan disímiles es simplemente un absurdo.

En cuanto a los crímenes cometidos durante los doce años (1966-1978) de Balaguer, descuida el señor Vega las realidades de cada época, la carga de odios desatadas por la Revolución de Abril, afirmadas en ideologías y, en uno que otro caso, por indignos intereses de poder y enriquecimiento.

Cuando Balaguer se refería a “los incontrolables”, hablaba del desaparecido control que existía durante la tiranía trujillista. Control irrecuperable e indeseable. Gracias a Dios.

En cierta ocasión, mi cercano, admirado y querido Padre Robles Toledano, a quien había yo felicitado por reconocerle algo bueno a Balaguer alejándose momentáneamente de la crítica sistemática, me repuso -también por la prensa- que al parecer yo pretendía que se le encendieran velas a “San Joaquín” Balaguer”.

Lo que yo pretendía era que él ejerciera una crítica más efectiva, por equilibrada.

Criticar es muy fácil. Hacer, es muy difícil.

Juzgar, muy delicado.

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