Acerca de cultura, justicia social y disciplina

Acerca de cultura, justicia social y disciplina

Entusiasmado por las obras de difusión cultural destinados al lector no especializado, con atrevimiento juvenil defendía ante el erudito Padre Robles Toledano los propósitos didácticos de H. W. Van Loon, respecto a diversos temas de arte e historia de la humanidad. Me conmovía la eficaz honestidad de los empeños del laborioso profesor.

Jacinto, -afirmaba con amable voz  el sacerdote- “La gran cultura no es para todo el mundo, es para quienes están en capacidad de percibirla, de absorberla y valorarla. Esos libros de Van Loon desacralizan la cultura. Le quitan su altitud”.  Puedo reproducir fielmente sus palabras, por lo mucho que  me inquietaron.          

Ni estuve de acuerdo, ni lo estoy. De tal punto de vista surgió, muchos años después el programa “Música de los Grandes Maestros” junto al eminente pianista Vicente Grisolía –recientemente fallecido-. ¿La idea de un programa educativo en televisión vino a ser retardada consecuencia de aquella conversación civilizada? Tal vez.  Pero, en verdad, la idea no surgió de mí sino del Presidente Balaguer, quien podía alejarse momentáneamente de los problemas de Estado para conversar de asuntos culturales con un joven, mientras temibles generales y codiciosos proyectistas aguardaban impacientes en el antedespacho presidencial. Algo  como lo que hacía Federico el Grande de Prusia, deleitándose en compañía de poetas, músicos y filósofos cuando sus pomposos generales se retiraban a descansar.

Parece haberse perdido la capacidad de conversar inteligentemente, opinando y escuchando. Pensando y ponderando cuidadosamente.

Creo que la cultura es  ascenso,   comprensión o  aceptación honda de las realidades que nos rodean. Me duele que no se priorice la educación pública, ni se adopte una severa disciplina que empiece desde lo más alto del Gobierno, y que esta sea visible y tangible en obras fundamentales, bien cuidadas y mantenidas, en lugar de esas caprichosas inversiones multimillonarias que llegan al absurdo, como es la edificación de un “costoso” parqueo para la UASD, mientras los estudiantes carecen de aulas.

Voté a favor de Leonel Fernández, confiando en que la cultura y  la inteligencia de este hombre carismático, salido de misérrimas zonas nacionales y llevado al mundo norteamericano, lo haría enfrentar el dolor de la pobreza y la injusticia, y buscaría soluciones posibles, lo cual no ha sucedido.

Ha resultado una enorme decepción.

Me recuerda a Cicerón. Y aunque luzca irreverente para el gran tribuno y político romano, e impropia la comparación con nuestro actual Presidente, mencionaré que el griego Plutarco (c. 50 d.C.- c. 125) nos narra en sus Vidas Paralelas, que la vanidad de Cicerón, creyéndose el único dueño de tan gran talento, “llegó a considerarse el personaje más glorioso desde la fundación de Roma.”

Pero tuvo un mal fin. Sus indefiniciones políticas mezcladas con una vanidad excesiva, le crearon un clima trágico hasta el final.

 Leonel Fernández tiene todavía  posibilidades de enderezar el rumbo y escapar de la vanidad, posiblemente hija de elogios indigestos.

Y   abrirle paso a cambios necesarios y urgentes.

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