Acerca de decepciones políticas

Acerca de decepciones políticas

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Decaídos ante el espectáculo de políticas que son manejadas como mercadería, y así funcionan, miramos hacia atrás sin encontrar alivio porque no existe bálsamo curativo. Ya responde el Cuerpo de Edgar Allan Poe a la pregunta ¿Hay Bálsamo en Gilead?: «Nevermore» – afirma el ave aterradora.  Entonces hay que irse mucho más atrás para encontrar un alivio de posible luz.

Entramos en La Gran Moral de Aristóteles quien propone que lo primero es averiguar exactamente de que ciencia forma parte la moral y en seguida afirma que en política no es posible cosa alguna sin estar dotado de ciertas cualidades, sin ser hombre de bien. Añade: «Ser hombre de bien equivale a tener virtudes; y por tanto, si en política se quiere hacer algo, es preciso ser moralmente virtuoso. Esto hace que parece el estudio de la moral como una parte y aún como el principio de la política y, por consiguiente, sostengo que al conjunto de este estudio debe dársele el nombre de política más bien que el de moral».

Pero la historia nos pone frente a otros panoramas. Hoy, más que antes, hablar de moral significa adentrarse en los fétidos pantanos de la burla.

Vistas las trayectorias mundiales ¿quién cree que, como pensaba Aristóteles, para ser un buen político se requiere honestidad y virtud?

Estamos aplastados por montañas de dudas, de desconfianzas fundamentadas en las mentiras con que nos nutre cada día. Aquí y allá. Ayer y hoy.

Si fijamos la mirada en nuestro país, veremos el vergonzoso espectáculo de la compra de partidarios políticos: de arriba, de abajo, del medio, importantes o intrascendentes. Se trata de una institucionalización de la «Compra y Venta» que, como aquella, famosa años ha, ostentaba el significativo nombre de «La que se vé de lejos», y solucionaba problemas económicos inmediatos a quienes debían doblegarse a intereses económicos inmorales.

Entonces uno piensa en James Garfield, vigésimo presidente de los Estados Unidos (1831-1881), líder republicano y Predicador de la Iglesia Cristiana, quien afirmaba que «Los hombres que triunfan en la vida pública son aquellos que corren el riesgo de sostener sus propias convicciones» (A. Maron, Life of Presidente Garfield). Pués a los pocos meses de gobierno fue asesinado en una estación de ferrocarril.

Aunque nos duela -y mucho- admitirlo, la profunda sabiduría humana y política del profesor Juan Bosch no sirvió para mantenerlo encabezando un gobierno en el cual depositamos muchas esperanzas bien fundadas. Bosch, como Garfield, era fiel a sus convicciones, aún sabiendo el riesgo o los riesgos que conllevaban. A Garfield le costó la vida a los pocos meses de su administración presidencial. A Bosch, la presidencia a los siete meses.

Entonces ¿cuál es la enseñanza?

¿Existe una hermandad entre la política y la virtud? ¿Entre la buena intención y la claridad y solidez accional?

El mismo Bosch habría de decir, en alguna ocasión -posterior, imagino a su derrocamiento- que «en política lo importante es lo que no se ve» (Las comillas son mías, pero era su idea y concepción esencial).

¿Y qué es lo que no se vé?

Lo oculto, lo engañoso.

Nuestro panorama políticos decepcionante. Teníamos la esperanza -obviamente mal fundada- de que estos años de tambaleante y tropezosa democracia, tras el descabezamiento de la dictadura de Trujillo, nos ofrecerían un poco de más decencia en el manejo político.

Más pudor.

Pero no ha sido el caso.

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