Acerca de descréditos y esperanzas

Acerca de descréditos y esperanzas

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Tengo que repetirlo. No veo la hora, el día, el tiempo, en que la maquinaria estatal esté tan firme y aceitada, que no nos preocupe trascendentalmente quién está o deja de estar en la Presidencia de la República. Mi aspiración brotó, hace años, cuando le pregunté a un amigo italiano quién era el jefe de Gobierno. No sabía el nombre de quien encabezaba el gobierno italiano, ni su tendencia.. Ya la política partidista había caído en tal descrédito, todo había sido tan decepcionante, que el país funcionaba como debe funcionar un Estado: como una institución inamovible en sus esencias. No víctima de las veleidades de los intereses políticos.

No se trata de que un cambio de gobernante nos ponga en un nuevo país cada cuatro años.

Podrán hacerlo bien, mal o mediocremente los mandatarios. Podrán mostrar torpezas insoñables, como las de Bush en los Estados Unidos, levantando aún más las injerencias norteamericanas como policía mundial, mientras descuida la atención a los dramas internos de pobreza extrema y de injusticia para esos afroamericanos que han ofrendado tantas vidas en alegada defensa de las noblezas de que alardea «América, land offreedom».

En cierta medida también la actitud despectiva se ha manifestado contra los «latinos» y otros que no son anglosajones y que son pilares de este país de inmigrantes que como una aspiradora descomunal, absorbe los talentos y habilidades de los extranjeros y se los apropia.

Nosotros, con todo lo que se nos pueda justamente criticar, sí somos un país integrado, mezclado en una mulatería general de la cual pocos escapan. A Estados Unidos lo creíamos más avanzado en el rechazo a la discriminación racial oficial. Veíamos a Condolezza Rice, que luce como cualquier mulata «atrasada» de nuestras tierras o al general Colin Powell, que hubiese podido se presidente norteamericano de no ser por su color marrón, pero que es personalidad respetada, y creíamos que existía una justa valoración humana hacia los negros y mulatos en Estados Unidos.

Pues no es así.

Las protestas en contra de la discriminación racial originadas por la inadecuada acción gubernamental en respuesta a la tragedia de Nueva Orleans por el horror del huracán Katrina, están sobradamente fundamentadas. Los negros y pobres fueron dejados a su suerte maldita.

Katrina ha traído una imagen desconocida e insospechada de Estados Unidos. Es que teníamos la idea de que la Seguridad Social, el Wellfare o Bienestar Social, no dejaban espacio para la miseria extrema. Creíamos que por lo menos, los pobres –que siempre existirán– tuvieran una protección y recibieran una atención estatal acorde a su condición de seres humanos y en relación directa con los muchos impuestos que allí se pagan y hacen temibles al IRS (Internal Revenue Service) que es la oficina de Impuestos Internos, que no anda jugando ni apañando o vendiéndose. Algo como lo que queremos tener aquí, un departamento eficiente, rígido, inconcesivo, que permita que uno sienta que los impuestos, llámense ITEBIS o lo que sea, van a honradas arcas del Estado para devolver al pueblo su inversión obligatoria en forma visible y tangible. Para que los hospitales estén bien equipados, los médicos justamente retribuidos, las escuelas y entidades oficiales para servicio público debidamente atendidas –sin faltas de mantenimiento que generan cuantiosas inversiones en «remodelaciones» o «restauraciones» de donde se desprenden millonarias ganancias más que turbias.

No se trata de una aplicación de «Mal de muchos….» el hecho de comprobar que no somos los únicos en disparatear. Estados Unidos se mete en todas partes y en todo. Ocasionalmente se lo agradecemos, como cuando se metieron con Trujillo y, recientemente, contra las maquinaciones de Hipólito Mejía para seguir con el derrumbe que propició.

Por lo menos.

El caso es que uno siente que la buena razón se tambalea.

No sólo aquí.

Parece una epidemia mundial de la cual pocos escapan.

Confiemos, entre tantas desesperanzas y frustraciones, que entre nosotros predomine el buen juicio, la prudencia y la valentía que permite frutos deseables y anhelados.

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